El mensaje que cada año llega por estas fechas es que Dios se hace Hombre por todos nosotros, que no está lejos de nosotros, que no es un desconocido. Hasta los lugares más lejanos de la tierra llega la noticia: Dios-con-nosotros, Dios-entre-nosotros. En Navidad, la luz, la paz, la alegría, el asombro y el deseo de fraternidad tienen un protagonismo especial… Dios se hace Hombre en la humilde cueva de Belén. Se hace Niño y se dirige a todos nosotros, nos interpela, nos invita a vivir de un modo nuevo. Dios se hace uno de nosotros para que podamos estar con Él y podamos ser semejantes a Él.
¡Qué hondura alcanza nuestra vida cuando nos ponemos en torno al belén y descubrimos a un Dios poderoso, que hizo cuanto existe, que nos creó a su imagen y semejanza, que viene a encontrarse con nosotros! La bondad de Dios es tal que se hace uno de nosotros para que podamos conocerlo. ¿Habéis caído en la cuenta de lo que supone que Dios nos regale su tiempo? Ya no es un Dios desconocido, es accesible, ¡qué bien lo comprobaron los pastores que acudieron a verlo a Belén! Él, que es Eterno, no ha tenido inconveniente en asumir el tiempo. Él, que está por encima del tiempo, ha asumido nuestro tiempo.
¿Habéis caído en la cuenta de por qué hay costumbre de hacernos regalos en esta época de Navidad? Pensad en esto: en la Navidad celebramos que Dios se ha dado a sí mismo, se nos ha dado. Y nosotros, para imitar a Dios, lo que hacemos es dar algo de lo nuestro a los que tenemos a nuestro lado. Nos juntamos, nos queremos, sale a la superficie lo mejor de nosotros, tenemos deseo de dar alegría y tener paz. Y cuando hacemos esto, estamos imitando a Dios, pues damos algo de lo nuestro a quienes queremos. ¡Qué importancia tiene que esto alcance nuestro corazón, que deje señales en nuestro corazón! Que a través de los regalos recordemos que lo más importante es darnos a nosotros mismos como nos lo muestra Dios en la Navidad. En la familia emergen nuestros deseos de darnos los unos a los otros, pero es bueno también dar a quienes no tienen.
La señal que nos presenta Dios en Belén es la sencillez, la pequeñez… Dios no se presenta con poder o con grandeza, sino que viene como Niño y casi diciéndonos que necesita ayuda. Qué fuerza tiene que, para alcanzar nuestro corazón, Dios se haga Niño y nos diga que no quiere más de nosotros que nuestro amor. Cuando nos situamos así ante Él, sus sentimientos, sus pensamientos, su voluntad, comienzan a ser los nuestros; aprendemos a vivir de una manera nueva. En la Navidad Dios alcanza nuestro corazón, nos compromete a vivir en una relación abierta con Él. Entendemos mejor esas palabras que aparecen en el Evangelio de san Lucas: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 11-12).
No tengamos miedo a acoger a Cristo en nuestra vida, en el corazón de la noche de la Navidad. Mientras os reunís las familias, quizá algunos en la soledad, dejad que aparezca la luz. Sí, la luz del portal de Belén. Allí, con María y José, contemplad a Jesús: no estamos solos, Dios ha querido acompañarnos. Nada nos quita y nos da todo: su vida, su amor, su entrega, su fidelidad. Estemos disponibles y dispuestos como los pastores de Belén para dejarle entrar en nuestra vida y que nos transforme. O como los Magos de Oriente, que después de ver a Jesús retornaron por otro camino. Algunos han hablado de la Navidad como la «fiesta de la creación renovada». Y es verdad, pues viene Dios-con-nosotros para devolvernos y devolver a todo lo creado la belleza, la bondad, la libertad… Viene a devolvernos la dignidad.
Al escribiros esta carta, una más entre la que todas las semanas os hago llegar, pienso en todos vosotros y en la situación que estamos viviendo de tantas amenazas, no solamente por la pandemia, y quiero deciros con todas mis fuerzas que hoy Belén es esperanza, que el nacimiento de Cristo, el Salvador de la humanidad, trae esperanza. Él es la verdadera Esperanza, con Él aparece una gran luz en esta tierra: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). Acoged a Jesús como lo hicieron María y José, los pastores, los Magos, el anciano Simeón o la profetisa Ana, para que así en todos vosotros se encienda esa luz.
En este sentido, quiero haceros tres subrayados finales:
1. Celebremos la Navidad en este tiempo de dificultad. Que, en este momento de pandemia y de crisis económica que afecta a las familias, las dificultades sean un estímulo para descubrir el calor de la solidaridad.
2. Celebremos el misterio del amor en esta Navidad. ¿Cómo? Decía la madre Teresa de Calcuta que «celebramos la Navidad cada vez que permitimos a Jesús amar a los demás a través de nosotros».
3. Celebremos la grandeza de Dios y su cercanía con los hombres. Viene bien recordar aquellas palabras del salmo 113: «¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que habita en las alturas y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Dios se inclina y te abraza, y desea que prolongues su abrazo y se lo des a todos los que encuentres por el camino de tu vida.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra,
Arzobispo de Madrid