A las 3 de la tarde del Viernes Santo, mientras buena parte de los católicos acudían a la liturgias de la Pasión del Señor, la cadena televisiva italiana Rai 1 emitía una larga y detallada entrevista con el Papa Francisco, la primera desde que empezó la guerra.
Se trata de una conversación con la presentadora Lorena Bianchetti, del programa religioso «A sua immagine», preparada por el sacerdote y periodista Marco Pozza, que conoce bien al Papa y sus temas: con él ya ha publicado 3 libros de entrevistas. Este capellán de prisiones también lo ha entrevistado respecto a varios temas para radio y vídeo.
Es la primera entrevista a Francisco desde que empezó la guerra de Ucrania, y la primera pregunta se refiere a ello, pero él enseguida amplía el foco: «En este momento, en Europa, esta guerra nos golpea mucho. Pero miremos un poco más allá. El mundo está en guerra, el mundo está en guerra. Siria, Yemen, y luego piensa en los rohinyás, expulsados, sin patria…»
En la segunda pregunta, le preguntan cómo «mediar» con aquellos que no quieren dialogar, los que solo buscan oprimir, si «con el diablo no se dialoga» (frase que a veces Francisco ha usado).
El Papa responde distinguiendo entre el diablo propiamente dicho y la gente que «tiene esa enfermedad del odio». En estos, también hay cosas buenas, y no hay que dar por condenada a ninguna persona. Recuerda la frase de San Juan María Vianney sobre un suicida que se tiró al río: «entre el puente y el río está la misericordia de Dios». Por eso vale la pena dialogar con las personas.
El demonio es real… y seductor
En cambio, el demonio real, avisa, es completamente malo pero es seductor.
«Algunos dicen que hablo demasiado del demonio. Pero es una realidad. ¡Creo en ello, eh! Algunos dicen: “No, es un mito”. Yo no creo lo del mito, creo que es realidad, creo en ella», afirmó el Pontífice.
«Pero es seductor. La seducción siempre trata de entrar, de prometer algo. Si los pecados fueran feos, si no tuvieran algo de bello, nadie pecaría. El diablo te presenta algo hermoso en el pecado y te lleva a pecar», añade.
Pone el ejemplo de obreros explotados por muy poco dinero en empresas multimillonarias: «esto también es destrucción, no solo los tanques», afirma.
Y añade: «El diablo siempre busca nuestra destrucción. ¿Por qué? Porque somos la imagen de Dios».
Más adelante, explica que él reza diariamente la oración de León XIII al arcángel San Miguel contra el demonio. «Esa oración, a san Miguel Arcángel, la rezo todos los días, por la mañana. ¡Todos los días! Para que me ayude a vencer al diablo. Alguien que me escuche puede decir: “Pero, Santidad, usted ha estudiado, es Papa y todavía cree en el diablo?”. Sí, creo, querido, creo. Le tengo miedo, por eso tengo que defenderme tanto».
Silencio ante del dolor… y Dostoyevski
Lorena Bianchetti pregunta al Papa qué se le puede decir a alguien que pierde a sus seres queridos entre las bombas. «Una de las cosas que he aprendido es a no hablar cuando alguien está sufriendo. Ya sea a un enfermo o en una tragedia. Los tomo de la mano, en silencio. ¡Cállate! Frente al dolor: silencio», responde el Papa.
Bianchetti menciona a Dostoievski en Los hermanos Karamazov: “La batalla entre Dios y el demonio es el corazón mismo del Hombre”.
Pero Francisco acude a otro libro del autor ruso: Memorias del subsuelo (que en la agencia misionera AsiaNews analizaban recientemente con motivo de la guerra; es la historia de un oficial lleno de rencor hacia todo el mundo, neurótico de resentimiento; lo ven como profecía de Putin en su Bunker).
«Ese pequeño libro, que es como un resumen de toda su filosofía, su teología, todo: Memorias del subsuelo«, comenta Francisco. En el libro, cuando van a matar y algún preso, alguien grita: ‘Por favor, ¡deténganse! Este también tenía una madre’. «La figura de la mujer, la figura de la madre, delante de la cruz. Este es un mensaje, es un mensaje de Jesús para nosotros, es el mensaje de su ternura en su madre», comenta el Papa.
Y añade, sabiendo la agresividad a la que muchos se ven tentados: «En el peor momento de su vida, Jesús no insultó».
Después recuerda a las mujeres que veía en Buenos Aires haciendo cola ante una cárcel para ver a sus hijos presos. «Daban la cara por sus hijos, porque todo el que pasaba decía: “Esta es la madre de alguien que está dentro”. Y soportaban los controles más vergonzosos, pero para ver a su hijo». Es un ejemplo de la fortaleza de la mujer en los momentos más duros.
«Se subdivide a los refugiados, somos racistas»
– ¿Se sigue dividiendo a los refugiados en severas categorías? -pregunta la periodista.
– Es cierto. Se subdivide a los refugiados. De primera clase, de segunda clase, del color de la piel, [si] vienen de un país desarrollado [o de] uno no desarrollado. Nosotros somos racistas, somos racistas. Y esto es malo. El problema de los refugiados es un problema que también sufrió Jesús, porque fue emigrante y refugiado en Egipto cuando era niño, para escapar de la muerte -responde el Papa.
Luego el Pontífice recuerda haberse emocionado en las tumbas de los jóvenes caídos en la Segunda Guerra Mundial, en Anzio. «La guerra crece con la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes. Por eso digo que la guerra es una monstruosidad. Vayamos a estos cementerios que son la vida misma de esta memoria», propone.
– ¿Por qué los seres humanos no han aprendido del pasado y siguen utilizando las armas para resolver sus problemas? -pregunta la periodista.
– Yo entiendo a los gobernantes que compran armas, los entiendo. No los justifico, pero los entiendo. Porque tenemos que defendernos, porque [es] el esquema cainita de la guerra. Si fuera un modelo de paz, esto no sería necesario. Pero vivimos con este esquema demoníaco, [que dice] que nos matemos unos a otros en aras del poder, en aras de la seguridad, en aras de muchas cosas. Pero pienso en las guerras ocultas, que nadie ve, que están lejos de nosotros. Muchas. ¿Para qué? ¿Para explotar? Hemos olvidado el lenguaje de la paz, lo hemos olvidado. Se habla de paz. Las Naciones Unidas han hecho de todo, pero no han tenido éxito. Regreso al Calvario. Allí Jesús lo hizo todo. Intentó con piedad, con benevolencia, convencer a los dirigentes y [en cambio] no: ¡guerra, guerra, guerra contra él! A la mansedumbre oponen la guerra por la seguridad. “Es mejor que un hombre muera por el pueblo”, dice el sumo sacerdote, porque al contrario vendrán los romanos. Y la guerra.
Lo que hace la Iglesia dañando a Cristo: mundanidad
Después la periodista enumera los dolores y traiciones que sufrió Jesús a manos de los que le eran cercanos y pregunta:
– ¿Cuáles son las heridas que la Iglesia sigue infligiendo al crucificado en la actualidad?
– La cruz más dura que la Iglesia hace al Señor hoy es la mundanidad, el espíritu de la mundanidad – responde, firme, el Papa -El espíritu de la mundanidad, que es un poco como el espíritu del poder, pero no solo del poder, es vivir en un estilo mundano que -curiosamente- se nutre y crece con el dinero. Aquí hay algo interesante. En las tres tentaciones del diablo a Jesús, el diablo hace propuestas mundanas. La primera, el hambre, es comprensible, es humana. ¿Pero después? El poder, la vanidad, las cosas mundanas. Porque el modo es atractivo y la Iglesia, cuando cae en la mundanidad, en el espíritu mundano, la Iglesia es derrotada.
Después el Papa habla de los obispos, católicos u ortodoxos, que «que están viviendo esta Pascua con el mismo dolor con el que la estamos viviendo nosotros, yo y muchos católicos. No es fácil ser obispo. Por eso no entiendo a los que quieren ser obispos. No saben lo que les espera».
La esperanza, un ancla, la virtud más humilde
Ante tanto sufrimiento en el mundo, el Papa habla de la esperanza.
«La esperanza no es acariciar y decir: “Ah, todo pasará, tranquilo”. La esperanza es una tensión hacia el futuro, también hacia el Cielo. Por eso la figura de la esperanza es el ancla: el ancla tirada ahí y yo en la cuerda ahí, para llegar, para resolver situaciones, pero siempre con esa cuerda. La esperanza nunca defrauda, pero se hace esperar. La esperanza es la sirvienta doméstica de la vida católica, de la vida cristiana. Es realmente la más humilde de las virtudes», explica.
Ya al final, Francisco insiste en «no perder la esperanza» y «pedir la gracia de llorar, pero el llanto de la alegría, el llanto del consuelo, el llanto de la esperanza. Estoy seguro, repito, que debemos llorar más. Nos hemos olvidado de llorar. Pidamos a Pedro que nos enseñe a llorar como él lo hizo. Y luego el silencio del Viernes Santo«.
Al llegar las 3, Lorena Bianchetti le plantea: «¿Puedo abrazarlo en nombre de todos? ¡Gracias, Su Santidad!»
Texto completo de la entrevista, traducida al español, aquí en Vatican.va