En la semana en la que se cumple un año de la invasión rusa de Ucrania, quiero volver a hablar de la vida, de los estragos que esta sufre cada día y de cómo así se pone en peligro la paz. La vida está amenazada hoy por distintos conflictos armados y por la violencia en tantos lugares del mundo, pero también por el hambre o por la idea de que somos dueños de ella, con prácticas como el aborto o la eutanasia. ¿No son, todas estas situaciones que tenemos ante nosotros y otras más, atentados contra la paz?
Cada día veo con más claridad —y por ello me atrevo a afirmarlo— que siempre que no acojamos al otro estaremos cometiendo un atentado contra la paz. Si no acogemos al otro sabiendo que es imagen de Dios, con todas las consecuencias, será difícil construir relaciones de paz duraderas. Los cristianos tenemos que comunicar a todos los hombres la alegría que nace de la fe y de una experiencia gratuita del amor de Dios, que nos hace acoger siempre a los demás. Y esto es algo que comprenden los hombres de buena voluntad.
¡Qué fuerza tiene la Iglesia cuando, en nombre de Jesucristo, asume la tarea de defender el deber de respetar la dignidad del ser humano! Porque es en el ser humano donde se hace presente y se refleja la imagen del Creador. Esta realidad que somos, experimentada en nuestra propia existencia, nos hace saber y vivir que no podemos disponer libremente de las personas y nos lleva a defender la vida siempre. No podemos olvidar, como subrayaba el Papa san Juan Pablo II, que la vida es la nueva frontera de la cuestión social (cfr. Evangelium vitae, 20). Y menos ahora que estamos viviendo tiempos en los que la ciencia y la técnica nos ofrecen posibilidades extraordinarias para mejorar la existencia de todos los hombres.
Ojalá que en estos momentos de la historia de la humanidad los discípulos de Jesucristo, como hombres y mujeres de Iglesia, tengamos el atrevimiento de ser promotores y defensores de la vida desde su concepción hasta su término natural, allí donde se vea la vida amenazada, ofendida o ultrajada. Tengamos la valentía de anunciar a Jesucristo porque, igual que escribía en mi carta de la semana pasada, un mundo vacío, que desconoce u olvida a Dios, pierde la vida y cae en una cultura de la muerte.
En esta Cuaresma que vamos a comenzar tengamos presente esta llamada: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla» (Deut 30, 15-16).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid