Tres semanas antes de estallar la pandemia, la parroquia Santa María la Blanca de Canillejas era noticia porque inauguraba la restauración del artesonado mudéjar del techo del presbiterio. Había estado oculto desde el siglo XVII por una falsa techumbre de cañizo y yeso que se construyó precisamente como método de higiene y prevención ante la propagación de la peste.
Con el coronavirus de este siglo XXI, la parroquia está cuidando la salud de sus feligreses, y no solo la física al dar de comer porque, detrás de la alimentación, «descubrimos tantas cosas, la gente necesita tanta compañía, necesita ser cuidada…», cuenta el párroco José Crespo. Una atención que se ha materializado este lunes, 23 de noviembre, en la inauguración de un centro para dar comidas ya elaboradas que consolida el proyecto Amar siempre más: una atención integral a los más vulnerables por la que «no simplemente les damos de comer y se van, sino que estamos pendientes de ellos» para descubrir las necesidades que hay detrás y que les han hecho llegar a esa situación.
Las nuevas cocinas, en un local totalmente adaptado que acaban de alquilar en una calle paralela a la parroquia, recogen el testigo de aquel que comenzó a funcionar en el confinamiento, en el que se atendía a residentes en habitaciones cuyo alquiler no podían pagar, algunas de las cuales sin derecho a cocina, o a aquellas personas que se habían visto abocadas a un ERTE o despidos. En total, 30 familias a las que se les facilita un menú diario, aunque con este nuevo establecimiento podrán atender a más personas. De momento, no pueden comer en el local «pero no nos importa mucho porque preferimos que lo hagan en familia». La idea, no obstante, es que evolucione a comedor para aquellos que no tienen un lugar digno en el que comer.
Junto a las necesidades materiales, el párroco habla también de las espirituales. «Al llegar de sus países, estaban tan urgidos por la necesidad que habían descuidado todo el ámbito de la fe», cuenta. Una vida religiosa que muchos no habían llegado a recuperar y que en la parroquia tienen la posibilidad de hacer gracias a unos retiros mensuales de oración y testimonios. «La gente sale totalmente renovada y muchos nos dicen que quieren volver», y entonces ellos mismos hacen de voluntarios en los retiros siguientes. «Es bonito porque se ve la fe de la gente, y ves que al final lo necesitaban tanto o más que el trabajo». Igualmente, conforme van saliendo de la situación de precariedad y recuperan sus trabajos, muchos quieren quedarse para ayudar. Les hace sentirse útiles y «hacen parte de su vida el proyecto».
Revisión de necesidades
La parroquia Santa María la Blanca de Canillejas ha comenzado ahora un proceso de revisión de la situación de todos aquellos que recibían ya antes los alimentos no perecederos, un trabajo de orden que se está llevando a cabo también en otras parroquias, después de las necesidades apremiantes de los primeros meses. En San Ramón Nonato, en plena explosión de la pandemia, el comedor San José llegó a dar 900 comidas diarias. Ahora están en la mitad, que no obstante siguen siendo el doble que antes de marzo, aunque va por oleadas, igual que el virus. Algunos beneficiarios recuperaron el trabajo tras el confinamiento domiciliario o empezaron a cobrar el ERTE y dejaron de ir, pero lo volvieron a perder y regresaron. «Tenemos a los habituales, pero la mayoría son el aluvión que llegó con la pandemia», explica el párroco, José Manuel Horcajo.
Ahora que en cada parroquia se ha podido ir asumiendo las propias necesidades, desde hace unas semanas en San Ramón ya no atienden a personas de fuera de su vicaría. «Hemos recuperado el protocolo habitual de seguimiento de visitas familiares, entrevistas, labor educativa y de formación. Lo más llamativo es el comedor pero detrás hay un trabajo con cada persona, cada familia, cada niño, algo que en la pandemia se tuvo que paralizar», destaca el padre José Manuel.
En el comedor, de momento, se siguen entregando los táperes o los bocadillos para llevar y así se evitan riesgos. «Solo comen aquí las 16 personas que tenemos en las casas de acogida», indica el padre José Manuel haciendo referencia a otra de las labores de atención de urgencia a personas en situación de calle que hacen desde la parroquia. «Ahora nos va a llegar una chica con una hija pequeña, que se ha quedado embarazada y no le renuevan el alquiler de la habitación».
En San Ramón Nonato, que es un hervidero de actividades con el centro siempre en la Eucaristía –hay exposición permanente del Santísimo–, se han recuperado también, con todas las medidas de seguridad, las catequesis, el apoyo escolar, las convivencias de parejas y familias, los retiros mensuales… «Todo menos lo que implica una mayor interacción: los partidos de fútbol de los niños y sus talleres de minichef, baile, cuentacuentos, música y teatro».
Carifood en Los Panes y los Peces
Para el comedor parroquia de Cáritas Los Panes y los Peces de la parroquia Virgen del Camino (Collado Villalba), el mes de octubre supuso un punto de inflexión «providencial», en palabras del párroco, Ignacio Sánchez. Antes de la pandemia, la parroquia se abastecía de una empresa de cáterin que servía a colegios de la zona y que, con la crisis del comienzo de curso, no ha podido seguir asumiendo la colaboración: «Nos pidieron que les liberáramos de ese compromiso, y justo apareció Carifood», empresa de cáterin de inserción socio laboral de Cáritas que se ha hecho cargo de las comidas. Los beneficiarios están «encantados» con un menú que encuentran más variado, con raciones más abundantes y de mayor calidad.
La novedad, señala el párroco, es que además se les da una bolsa con la cena y otra de comida y cena para los fines de semana. De esta manera, las necesidades están cubiertas de lunes a domingo. Ahora, por la pandemia, se ha habilitado una sala más como comedor, de manera que comen seis personas en cada una, en tres turnos, de 13:00 a 15:00 horas. En cuanto a los desayunos, que también se facilitaban en el comedor, desde octubre se están haciendo en el recién inaugurado centro de día Hogar Santa Rita, puesto en marcha por Cáritas Diocesana de Madrid y los agustinos también en esta localidad de la sierra.
Durante los peores meses de la pandemia, llegaron a entregar más de 110 menús diarios; ahora han vuelto a las cifras anteriores, entre 30 y 35, «de los cuales 20 son habituales y el resto, van y vienen». «Fundamentalmente son personas que no tienen capacidad de cocinarse en casa», indica el párroco, y aquí vuelven a surgir los casos de alquileres de habitación sin derecho a cocina, o como mucho con un infiernillo en el que calentar algo en el dormitorio. Lo que se mantienen en casi el doble de lo habitual son las personas que acuden a por los alimentos no perecederos de Cáritas, que se entregan cada dos semanas. Antes de la pandemia eran 40 familias; ahora, más de 70.
En la UVA de Vallecas
«Vente mañana que tenemos entrega, 60.000 kilos de comida», nos dice Gonzalo Ruipérez, el párroco de San Juan de Dios, en la UVA de Vallecas, cuando le llamamos para ver cómo siguen atendiendo las necesidades en estos meses. Es la entrega de los últimos miércoles de mes, que durante el confinamiento llegó a las 70 toneladas porque atendían a los habituales de la vicaría y a todo el que lo necesitara de hasta 72 parroquias. En aquellos meses se hizo de emergencia y ahora, la Cáritas parroquial ha reestructurado la organización. «Tenemos que justificar las ayudas», explica Javier, el responsable. Por eso se hace un exhaustivo proceso de acogida, diálogo y discernimiento de cada caso.
Es cierto que a la par que las necesidades ha aumentado la picaresca, «pero preferimos que se nos cuelen dos a dejar a cinco fuera» o, como dice el padre Gonzalo, «sé que hay gente que me engaña y que tiene más dinero en B del que dice, pero prefiero tener a los niños en apoyo escolar». Porque «el alimento es un medio; habrá gente que con esta comida de hoy pague el alquiler de la habitación, por eso es un medio, que nos sirve para hacer un seguimiento integral de la familia».
La organización de la entrega podría equipararse a la de las más estructuradas cadenas de montaje. «Son muchos años ya», explica Arancha, también de Cáritas, y por eso ahora, en situación de desbordamiento, todo va como la seda. Después de haber hecho un inventario de todos los productos a entregar, la noche del martes se dejan ya organizados en cajas y palés en las salas de la parroquia que en condiciones normales son las de refuerzo escolar. A su vez, ese inventario se ha introducido en un programa informático que es en el que están registrados también todos los beneficiarios. Llegaron a ser 700 familias en el pico de la pandemia; ahora que otras parroquias pueden ir asumiendo su atención, son 300.
Cerca de 100 voluntarios, «y necesitaríamos más», van llenando un carrito por familia con la cantidad de comida proporcional al número de miembros que son; si son musulmanes, se advierte a golpe de voz «carro azul» para no incluir carne. Javier, el responsable de Cáritas, indica que este mes, serán entre 65 y 70 productos (huevos, legumbres, pasta, aceite…), procedentes del Banco de Alimentos y de donaciones, que incluyen en esta ocasión pan de hamburguesa, «oro para los niños» como dice el padre Gonzalo.
La cesta media es de 150-180 euros para una familia de cuatro miembros, como la de René y Antonia, él en paro desde julio, ella en ERTE, con un niño con discapacidad de 7 años y una hija de 16, que fueron por primera vez el mes pasado. «Nos llegó para todo el mes. Nunca habíamos estado en esta situación, y por eso agradecemos a las personas que nos colaboran echándonos un cable». El carrito para una persona es de 120 euros. Es el caso de Sofía, jubilada, con una pensión de escasos 400 euros después de llevar más de 40 trabajando en un restaurante, madre de cinco hijos –«el primero, a los 15 años lo tuve»–, que viene con su documento plastificado para que no se le estropee y que no para de sonreír detrás de la mascarilla. «Mi marido se murió hace dos años, de repente. Grité tanto que vino el padre Gonzalo; a ver, vivo aquí al lado…».
Esta entrega se completará este viernes, 27 de noviembre, con 12.000 litros de leche –«no pueden cargar con tanto de golpe»– y productos de higiene y limpieza, incluidos 600 paquetes de mascarillas que ya están preparadas por los voluntarios. Y para los que tienen niños menores de 2 años, también hay entrega de pañales y leche de continuación.
«Esto nace del amor de Dios», les ha recordado el párroco a los voluntarios antes de comenzar la jornada. «Cura un poco la herida», continúa, «pero no sé quién necesita más: si ellos el alimento o nosotros ofrecerles lo que Dios nos da a raudales». En realidad, «con esto le devolvemos a Él muy poco de lo que nos da». Antes de irnos, el padre Gonzalo nos enseña la capilla, presidida por un Cristo gitano en madera que talló un preso de Vallecas durante su estancia en la cárcel. «Se saca el Viernes Santo en procesión, portado exclusivamente por expresidiarios del barrio». Y el sagrario, «el origen y el fin de todo» en una parroquia que ha doblado el número de bautizos, de niños de catequesis y de misas los domingos en este tiempo. «Aquí se cuece todo», concluye.