Los seres humanos necesitamos momentos en los que se nos recuerde lo que somos y también el compromiso que hemos asumido en nuestra vida. Hoy miramos a los que habéis sido llamados por Dios y, como consagrados, habéis acogido la invitación a una unión más profunda con Él. Es una gracia para toda la Iglesia que podamos tener un día en el que los que formáis parte de la vida consagrada podáis profundizar y renovar vuestra consagración; escuchar de nuevo al Señor; examinar con la novedad del carisma que el Señor os dio cómo estáis viviendo vuestra consagración y si habéis entrado en el dinamismo de la misión en la nueva situación que vive la humanidad.
En el inicio de su pontificado, el Papa Francisco nos sorprendió con la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio). En ella nos hacía una invitación clara a vivir «una etapa evangelizadora marcada por la alegría», pero además nos señalaba que teníamos que abrir «caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años» (cfr. EG 1). Nos llamaba a asumir un «estilo evangelizador nuevo, para ser asumido en cualquier actividad que se realice» (cfr. EG 18). Quiero daros las gracias a la vida consagrada por el esfuerzo, la disposición y las tareas que habéis asumido según cada carisma para entrar en esta etapa nueva de la humanidad y llevar la «alegría del Evangelio». Gracias por la respuesta que habéis dado a la llamada de Jesús. Por el Bautismo renunciamos a Satanás y a sus obras y recibimos las gracias necesarias para la vida cristiana y la santidad; ya desde entonces brotó la gracia de la fe que nos ha permitido vivir unidos a Dios. ¡Qué belleza vuestra vida consagrada! En el momento de la profesión religiosa o la promesa, la fe os llevó a una adhesión total al misterio del Corazón de Jesús, que cada miembro de la vida consagrada descubristeis en el carisma al que os adheristeis. Habéis renunciado a muchas cosas, como a formar una familia o a los bienes materiales, entregándoos a Cristo y al servicio de su Reino.
La Iglesia que camina en Madrid, a través de mí como pastor, os anima hoy a seguir peregrinando, caminando juntos como dice el lema de esta Jornada de la Vida Consagrada. En este día os deseo a cada uno que tengáis un tiempo para recordar el entusiasmo con el que emprendisteis el camino de peregrinación en esta vida que da belleza a la misión de la Iglesia. Seguid confiando en la ayuda de la Gracia; seguid viviendo el entusiasmo de la entrega de la vida a la causa del Evangelio; seguid teniendo la alegría que da entregar la vida sin reservas por Jesucristo, a través de la Iglesia, en una congregación o instituto con un carisma concreto… Y hacedlo no en soledad, sino caminando juntos.
Nunca olvidéis lo que el Papa Francisco nos decía en el inicio de su pontificado y que sigue teniendo actualidad para todos los cristianos. Vivid en la alegría de la entrega, regresando siempre al carisma que entusiasmó nuestra vida, y sin aislaros: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Parecería que, en ese nivel de disfrute, nos sentimos alegres, pero, cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, y, como consecuencia, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien» (cfr. EG 2).
Queridos hermanos y hermanas consagrados, nunca olvidéis que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. […] La vida se alcanza y madura, a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión» (cfr. EG 10). Es verdad que esto es para todos los cristianos, pero la vida consagrada, por su naturaleza, constituye una respuesta a Dios total y definitiva, incondicional y apasionada (cfr. Vita consecrata, 17). Cuando renuncia a todo por seguir a Cristo, cuando entrega lo más querido que se tiene, afrontado todo sacrificio, como hizo Jesucristo, la persona consagrada se convierte en signo de contradicción, ¿por qué? Entre otras cosas porque su modo de pensar, de vivir, de ser, contrasta con la lógica del mundo. Pero, ¡qué importante es llevar al mundo la lógica del Evangelio!
Caminando juntos, nos recordaban los obispos de la Comisión para la Vida Consagrada, desde la consagración, escucha, comunión y misión. Quisiera poner en vuestro corazón siete aspectos de vuestra vida que me parecen imprescindibles para caminar juntos.
1. Hemos sido elegidos por Cristo y conquistados por Él. Vuestra respuesta a Dios ha querido ser total, definitiva, incondicional y apasionada. Hemos elegido a Cristo porque antes Él nos ha elegido y nos hemos dejado conquistar por Él. Cada una de vuestras vidas es una historia de amor apasionante, en la que hay valentía, deseos de eliminar la sed de verdad que hay en tantos seres humanos, haciendo la entrega de la vida en una familia que ha tenido fundador o fundadora. Camináis juntos en una entrega y fidelidad al carisma a través del cual Jesucristo os conquistó.
2. Hemos sido elegidos para dar un testimonio supremo de amor a Dios y a los hermanos. Lo hacemos caminando juntos, no dudando en dar la vida, dando lo que somos y lo que tenemos. Cuando uno contempla el mapa de la vida consagrada, le surge desde lo más profundo del corazón dar gracias a Dios por tantas personas que, en todos los rincones de la tierra, en los más escondidos, dan testimonio supremo y fiel de amor a Dios y a los hermanos, que en muchas ocasiones los lleva a dar testimonio con su sangre en el martirio.
3. Hemos de ser perseverantes en medio de las dificultades de hoy. Nunca olvidemos que la vida consagrada es un don divino y, por eso, hemos de entender que es el Señor quien la lleva siempre a buen fin, en medio de nuestras debilidades y cansancios, incluso cuando nos olvidamos de vivir caminando juntos. Es el Señor quien nos preserva del desaliento en las dificultades que la vida misma nos presenta y nos hace caer en la cuenta de que es Él quien lleva a cabo la misión, de que hemos nacido en Él, con Él, por Él y para Él.
4. Sabemos que nadie puede vivir caminando juntos y sintiéndose miembro de la familia a la que pertenece sin vivir un trato íntimo con el Señor. Urge que mantengamos la relación íntima con Jesucristo; sin esa relación nos vendrá el cansancio, el agobio, el hacer mi camino, el que a mí me parece… Solamente de la relación íntima con Jesucristo brota y se alimenta ese papel profético que tiene la vida consagrada. Sin esa relación con Jesucristo no se puede realizar la misión que es anunciar el Reino de los Cielos en todos los tiempos, en todas las situaciones y en todas las sociedades. Os habéis preguntado alguna vez por qué vuestros fundadores y fundadoras fueron, de alguna manera, pioneros proféticos. Incluso en medio de las dificultades, nunca perdieron la conciencia de que estaban en el mundo, pero no eran del mundo con todo lo que significa, tal como nos recuerda el Evangelio: «Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo».
5. Tenemos una profesión los miembros de la vida consagrada: somos testigos del amor de Dios. Basta recorrer las huellas de vuestros fundadores y fundadoras para contemplar lo que los mantuvo en la vida: la unión con Dios siempre, aun en medio de las dificultades. Nunca olvidaron esta unión. De alguna manera eran profetas con lo que esto significa en la Escritura: el profeta escucha y contempla, después habla. Lo hace dejándose impregnar siempre por el amor a Dios. Nada teme, es fuerte. No le importan tanto las obras, sino ser testigo del amor de Dios en medio de las realidades del mundo a las que desea dar una respuesta en su nombre.
6. Realizamos la misión con la conciencia de que los miembros de la vida consagrada vivimos la comunión, caminamos juntos con la Iglesia particular y universal. Esta comunión se expresa no viviendo como islas, sino integrados en la vida de la Iglesia. En nuestra Iglesia diocesana se ve ese caminando juntos de la vida consagrada. Doy gracias a Dios y a todos los consagrados por vuestra entrega y compromiso, por sentir vuestra ayuda, por vuestra participación en la programación pastoral de nuestra Iglesia diocesana, por vivir con todas vuestras fuerzas la misión, unos desde la contemplación y la oración, haciendo ver la primacía de Dios sobre todo, y otros difundiendo el Reino de Dios en todos los ámbitos de la sociedad, marcados siempre por una originalidad e imaginación que suscitan admiración.
7. Vivimos y caminamos juntos viviendo y obedeciendo a la Palabra de Dios. Sabemos que somos libres para amar y evangelizar. Todos los miembros de la vida consagrada vivís la opción que por gracia hicisteis, vivís la sabiduría de Dios que se expresa en su Palabra. ¡Qué belleza tiene vuestra vida cuando la contemplamos desde los consejos evangélicos! Estos os han configurado con Jesucristo que, por todos los hombres, se hizo pobre, obediente y casto. Vuestra riqueza es la Palabra del Señor que dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35).
Queridos hermanos y hermanas de la vida consagrada: gracias. Gracias a todos los religiosos y religiosas de vida contemplativa porque, con vuestra vida de oración continua y comunitaria, intercedéis incesantemente por toda la humanidad. Gracias a todos los miembros de la vida consagrada de vida activa que, con vuestra multiforme acción evangelizadora, estáis dando un testimonio vivo del amor y de la misericordia de Dios. Gracias porque caminamos juntos.
Con gran afecto os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid