Santos: Bonifacio, obispo y mártir; Sancho, Florencio, Julián, Ciriaco, Marcelino, Nicanor, Faustino, Apolonio, Marciano, Zenaida, Ciria, Valeria, Marcia, Doroteo, Claudio, Adalaro, Lupercio, mártires; Eutiquio, obispo; Doroteo, presbítero; Félix, monje; beato Fernando de Portugal.
Su nombre era Winfrido y es el apóstol de Alemania, además de reformador de la Iglesia en Francia. Fue la suya una labor colosal.
Ya antes se había predicado el Evangelio en Alemania, sobre todo en Baviera y Toringia; pero a él le quedó la mayor parte por evangelizar y la totalidad para cuidar de su organización eclesiástica, siempre en comunión con los papas, como debe hacerse.
Nació alrededor del año 680 en las islas Británicas, parece ser que en Wessex. Aunque su familia era profundamente cristiana, tuvo Winfrido dificultades para hacerse monje. Logró entrar en la escuela de Exeter; luego se le conoce como monje en el monasterio de Nursling, de Winchester, donde recibió una exquisita formación humanística y teológica; desde allí comenzó a predicar a la gente sencilla de los alrededores.
En el año 716, con afán de convertir a los paganos, embarcó para el continente, en compañía de otros dos monjes, vencida la fuerte resistencia del abad. Era cosa frecuente entre los monjes ingleses y de Irlanda. Pronto comprobó que las dificultades para aceptar el Evangelio en el norte de Europa eran cosa seria; después de todos los intentos, a los tres buenos monjes les pareció que aquellas gentes no tenían remedio, por lo que, rumiando su fracaso, regresaron al monasterio. Por su áurea de santidad y altura intelectual –fue el que escribió la primera gramática inglesa– quisieron nombrarlo abad a la muerte de Wimbert, pero se opuso porque en su interior seguía abrigando la firme idea de ser ‘apóstol’ en Europa.
Marchó a Roma en el año 718, lo recibió el papa Gregorio II y le cambió el nombre por Bonifacio –el que hace el bien–. El mismo papa le instruyó sobre los modos de proceder con los paganos y lo mandó al año siguiente al centro de Europa con el encargo de evangelizar. Tres años estuvo aprendiendo con Willibrordo, que era un apóstol veterano.
En Hesse, y con la compañía de Gregorio, su inseparable compañero de desplazamientos y aventuras, comenzó a predicar y esta vez con éxito. Las conversiones se contaban por millares; hubo necesidad de fundar escuelas, levantar templos y el monasterio de Amöneburg para dar continuidad y estabilidad al apostolado.
Llamado a Roma, el papa lo consagró obispo el 30 de noviembre del 722, y le dio normas precisas sobre el modo de organizar la diócesis; también le hizo cargar con numerosas reliquias y llevar una carta dirigida a Carlos Martel, soberano del reino franco de Austrasia, gracias al cual pudo pasar a Alemania.
Mucho había que hacer en la lucha contra las supersticiones paganas y los signos de su culto que había que destruir. En una ocasión, él mismo tuvo que aplicar el hacha al tronco de la encina sagrada de Dovar, hasta llegar a cortarla; los dioses locales no dieron la respuesta esperada por los hogareños ante tamaña ofensa y entonces fue cuando comenzaron a prestar oído a sus enseñanzas. Aquella leña sirvió luego como parte de la madera que se empleó en la construcción de la iglesia de San Pedro, cerca del monasterio de Fritzlar.
Buscó los brazos que faltaban para la evangelización entre los monasterios de Irlanda e Inglaterra. Asombrosamente le llegaron Lull –luego sucesor suyo en Maguncia y santo– y Esteban –le acompañaría en el martirio–; curiosamente vinieron mujeres pioneras del monacato en Turingia y Hesse: las santas Tecla, Walburga, Lioba –prima de Bonifacio– y otras.
Fundó el monasterio de Ordruf en Turingia.
El nuevo papa Gregorio III (731-741), aprobando sus esfuerzos y agradecido a sus servicios, lo hizo arzobispo metropolitano de toda Alemania, al otro lado del Rin, para que organizara obispados y nombrara obispos. Era el 732.
Del viaje a Roma en el 737 salió nombrado legado para toda Alemania y con los refuerzos humanos que recibió, reorganizó Babiera, Salzburgo, Ratisbona, Freising, Passau… Más tarde, creó los obispados de Erfurt en Turingia, Buraburg en Hesse, Wuzburgo en Francia, y la abadía de Fulda donde se enterrará.
Después de la muerte de Carlos Martel, a petición de sus hijos Carloman (antes de que entrase en la vida monacal) y Pipino, organizó concilios para arreglar a su clero que estaba dando síntomas de descomposición. De ahí salieron las resoluciones para devolver los bienes eclesiásticos injustamente usurpados, y para que se revalorizara la figura del obispo; también se dictaron severas disposiciones contra la simonía y el amancebamiento del clero.
La manera de lograr la unidad disciplinar en toda la inmensa zona fue la creación de Maguncia como sede Primada y de ella fue nombrado Arzobispo Bonifacio.
Cuando administraba una confirmación masiva a cristianos nuevos convertidos en Frisia (hoy los Países Bajos), una partida de paganos fanáticos asesinó al anciano obispo –ya septuagenario– en el campo de Dokkun, el 5 de junio del 754, junto con cincuenta y dos compañeros.
Contribuyó, con su actividad trepidante en favor de los hombres nacida del amor a Dios, a poner las bases que configurarían con el tiempo la Europa actual.