Nuestra Señora de la Capilla, patrona de Jaén. Santos: Bernabé, apóstol; Félix, Fortunato hermanos, mártires; Remberto, Apolo, Manasés, obispos; Alejo, Aleida, Juan, Teófilo, confesores; Hugo, Espinolo o Espín, abades; Parisio, monje; María Rosa Molas, fundadora de las HH. Ntra. Sra. de la Consolación; Rosalina, virgen.
De la diáspora. Agregado tempranero al grupo de los primeros. Los datos neotestamentarios apuntan su nacimiento en Chipre, no sabemos nada de su juventud, y está en Jerusalén cuando la primera comunidad cristiana balbucea en medio del mundo judío. ¿Fue del numeroso grupo de los setenta y dos, enviados a una misión transitoria en el tiempo y restringida en lo geográfico? Quizá el apóstol Bernabé se identifique con José ‘Haleví’, el levita, llamado luego por los Apóstoles ‘Bernabé’; desde luego así lo pensaron Clemente de Alejandría y Orígenes; otros Padres lo hacen creyente cristiano a partir de Pentecostés.
El hecho es que, cuando los primeros cristianos viven la proximidad física y espiritual en donde echa sus raíces el mandato de amor del Señor característico de los discípulos, algunos tomaron al pie de la letra el consejo de Jesucristo al joven rico «vende lo que tienes, dalo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo, y ven, y sígueme». Bernabé lo hizo así, demostrando con obras su desinterés y su generosidad: «José, apodado por los Apóstoles Bernabé, que traducido es lo mismo que ‘hijo de la consolación’, levita, chipriota de linaje, tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los Apóstoles». Era un gesto absolutamente voluntario que tenía su origen en la caridad.
Aparecen también datos –transmitidos por san Lucas– que confirman el prestigio que el chipriota Bernabé tenía entre los fieles porque, una vez que se convirtió el perseguidor Pablo y quiso tomar contacto con los discípulos en Jerusalén, como estos esquivaban su trato por temor, tuvo que ser Bernabé quien lo presentara con su aval y gracias a ello fue aceptado.
Bernabé intervino en la fundación de la Iglesia de Antioquía; fue el que –por encargo apostólico– evaluó el movimiento proselitista antioqueno hecho por aquellos que se dispersaron después de la muerte martirial del diácono Estaban. Y Bernabé, «lleno de Espíritu Santo y de fe», lo hizo tan bien que se vio precisado a recabar la ayuda de Pablo para poder atender a tanto cristiano convertido, haciéndolo venir desde Tarso; allí estuvieron juntos alrededor de un año. Precisamente en Antioquía fue donde comenzaron a llamarse «cristianos» los discípulos de Cristo. Y la misma Iglesia de Antioquía lo comisionó para que llevara a Jerusalén las limosnas que habían recaudado para los menesterosos, por la profecía de Agabo.
El mismo Espíritu Santo mandará: «Segregadme a Pablo y a Bernabé para la obra a la que les llamo». Así fue como se tomó la decisión trascendental y revolucionaria de dedicar parte de la energía evangelizadora a los gentiles.
La pareja Pablo-Bernabé embarcó, primero, para Chipre. La isla rica, feraz, con una colonia judía numerosa que había crecido desde que Augusto adjudicó la explotación minera del cobre a Herodes el Grande, que podía presumir de tener su propia sinagoga. Dejaron que se les uniera el primo de Bernabé, Juan Marcos, para el empeño misionero como ayudante. En la isla, se convirtió a la fe el procónsul Sergio-Paulo al ver la ceguera del mago Barjesús que les estorbaba en la aceptación del mensaje evangélico. Luego, el trío se fue a Perge de Panfilia, donde se les escapó el joven Marcos porque le debió dar miedo lo que se les venía encima. Pablo y Bernabé evangelizaron Antioquía de Pisidia, convirtiendo a muchos y consiguiendo que los judíos se enfurecieran hasta embrollar un tumulto; también en Iconio dejaron bautizados, pero tuvieron que salir huyendo. En Listra fue la apoteosis cuando Pablo curó a un paralítico de toda la vida; tiempo les faltó a los sacerdotes paganos para que decidieran ofrecerles un sacrificio, pensando que el gigantón y majestuoso Bernabé era Zeus y que Pablo era Hermes, encargado de llevar la palabra, como si fuera el portavoz del Olimpo; como aquellas gentes supersticiosas hablaban en licaonio, no se apercibieron de la trama hasta que vieron los pebeteros y los toros enguirnaldados para el sacrificio; los dos pusieron el grito en el cielo y rechazaron lo que hubiera sido una ofensa grave al único Dios. A pesar del buen comienzo, allí apedrearon de mala manera a Pablo y lo dejaron por muerto. Malo fue lo que pasó en Antioquía de Pisidia, donde los mismos judíos se enfadaron con Bernabé por haber abandonado los usos y costumbres judías y esto motivó que decidieran consultar la opinión de los Apóstoles de Jerusalén; allí expusieron el asunto Bernabé y Pablo y se dictaron normas prácticas.
Pablo y Bernabé pensaron un nuevo plan misional en el que entraba la visita a las comunidades fundadas previamente y ampliar el radio de acción. Pero el joven primo de Bernabé, Juan Marcos, fue el motivo de la separación de aquel par de mensajeros evangélicos. Bernabé quería llevarlo de nuevo, y Pablo se negó por el fracaso anterior; tomó a Silas para irse a Asia, y Bernabé con su primo embarcaron para Chipre.
Aquí termina la historia de Bernabé; ya no se sabe de él nada más con certeza. A partir de este momento, solo conjeturas con más o menos probabilidad; la Epístola de Pseudo-Clementino lo sitúa en Alejandría, Roma y Milán, con martirio en Chipre, y las Actas del apóstol San Bartolomé –escritas por el chipriota Alejandro– dicen que murió en Salamina, lapidado por los judíos.
En cualquier caso, fue un apóstol conocidísimo y con una prestancia tal que le llegaron a atribuir la Carta de Bernabé, que tuvo una veneración importante en la antigüedad cristiana hasta el punto de que el Códice Sinaítico la incluye después de los escritos neotestamentarios, dando a entender que, por algún tiempo, se consideró canónica por algunos Santos Padres que sí consideraron a Bernabé como uno más de los ‘doce’. También el Catálogo Gelasiano le atribuyó un evangelio que en realidad es rechazable por herético y por tener un pronunciado sabor gnóstico.
En el canon de la misa llamado romano, está incluido su nombre, dato demostrativo de la gran estima que siempre tuvo su figura en la Iglesia, la veneración de su recia personalidad abierta a la verdad, viéndolo entregado por entero a la causa del Evangelio entre los paganos.
Se cuenta de él que nunca quiso separarse del evangelio de san Marcos, que siempre llevaba consigo; por lo visto, solía aplicarlo a los enfermos consiguiendo múltiples curaciones milagrosas. Y es que la Palabra de Dios salva a las almas, sin menospreciar la salud de los cuerpos cuando conviene. De la leyenda que lo hace predicador de la fe cristiana en Milán sale que sea patrón de la ciudad italiana; del relato que lo hace morir lapidado nace que se le invoque como protector contra el pedrisco.