Es muy probable que alguien diga que el título de mi carta es de propaganda de mis convicciones. Es verdad que es la convicción más profunda de mi vida, pero no es ninguna propaganda, sino que es una oferta de quien desea amar de verdad a todos los hombres. Es manifestación de un gran cariño por todo ser humano, pues cuando uno recurre a la historia de la humanidad encuentra razones para poder decir que no podemos vivir de espaldas a Dios. Os lo aseguro: las destrucciones morales, las destrucciones de la dignidad del hombre se dan con mayor facilidad cuando vivimos de espaldas a Dios. ¿Cómo eliminar estas ruinas de la humanidad que destruyen las relaciones y los fundamentos de la persona?
Me vais a permitir un atrevimiento: solamente eliminaremos las ruinas que asolan nuestra historia humana si tenemos la valentía de volver a Dios, si somos capaces de reconocer la centralidad de Dios, porque, sin Dios, el hombre y el mundo no se explican. Con más claridad: las cuentas sobre el hombre (mírate a ti mismo) no cuadran sin Dios y, si te cuadran, dímelo que lo escucharé con interés. Lo mismo pasa con las cuentas sobre el mundo y sobre todo el universo, tampoco cuadran sin Dios.
Os invito a todos a tener la osadía de superar el miedo a Dios; os animo a situarlo en vuestra vida, en vuestra cercanía. Jesucristo nos ha revelado a un Dios que es Bondad y Amor, que tiene un rostro que no nos deja indiferentes, que no quiere que caminemos a tientas, sino que elimina la oscuridad y nos envuelve en su claridad. En Jesucristo se nos ha mostrado el rostro de un Dios que quiso y se permitió hacerse pequeño para decirnos: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Un Dios que asumió el rostro humano, que mostró tal amor a los hombres que se dejó clavar por nosotros en la cruz para así llevar hasta el corazón de Dios a todos. ¡Qué hondura alcanza la vida humana con un Dios que nos salva y elimina de nosotros los miedos y hace que desaparezcan los vacíos que llegan a nuestra existencia!
Te pido por unos momentos que no intentes silenciar a Dios o vivir en su indiferencia, pues encontrarás que el silencio o la indiferencia siempre acaban traicionando al hombre mismo. Hoy no nos sucede como a los primeros cristianos, que al ir al mundo conocido de entonces se encontraron con múltiples altares dedicados al culto de dioses diversos. Así le sucedió a san Pablo en Atenas. Sin embargo ahora, para algunos de nuestros contemporáneos, Dios se convierte en un desconocido. Y al mismo tiempo se da una necesidad imperiosa de dar sentido a la vida y también de llenar vacíos tremendos que se dan y se manifiestan en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Me vais a permitir que insista en que no tengáis miedo a abrir la vida a Dios. Abridla a Él, sin miedos; escuchad su Palabra. Os lo aseguro: Dios no es ninguna amenaza a libertad del hombre, sino todo lo contrario; es garantía de libertad.
Con gran afecto y mi bendición,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid