Monseñor Paul Tighe, sacerdote irlandés y actual secretario del Pontificio Consejo para la Cultura, clausuró la semana pasada las IV Jornadas de Actualización Pastoral para Sacerdotes, organizadas por la Vicaría del Clero y la Universidad San Dámaso con el lema Evangelizar en la era digital. En su ponencia Compartir la Buena Noticia en la cultura digital abordó un tema que ya era importante para la Iglesia, pero que ha adquirido, reconoció, una especial relevancia con la pandemia. «La COVID-19 nos ha obligado a replantearnos –dijo– cómo nos relacionamos, comunicamos y participamos en las comunidades que servimos».
Las redes sociales, indicó, son catapulta para llegar a las periferias existenciales de las que habla el Papa Francisco, teniendo en cuenta que, y aquí el prelado dio giro a la expresión, «para muchas personas nosotros somos la periferia». A su vez, el ámbito en el que muchos adquieren su identidad, su sentido de pertenencia y de comunidad es el mundo digital. Y por eso la Iglesia, que ofrece estas dimensiones a la persona, debe estar atenta a estos entornos porque, como recordó, «lo digital es real», no es «algo secundario; es donde las personas viven, donde se encuentran, donde realizan sus pagos reales, donde trabajan realmente».
No hay dos mundos sino «dos realidades entrelazadas: lo digital y lo real se conforman mutuamente». Y uno de los desafíos para la Iglesia, aseguró, «es estar presente en ese mundo; si no estamos presentes en el mundo digital, vamos a perder algo que es fundamental para la realidad existencial de muchas personas». La pregunta es cómo estar en este mundo de forma apropiada, porque no basta con tener una página de Facebook, una cuenta de Twitter o un canal de YouTube en el que plasmar lo que se hace, sino que hay que pensar en la «cultura» del mundo digital para «llegar a comunicar efectivamente».
Huir de los enfrentamientos y de las críticas
Monseñor Tighe explicó que la presencia de un creyente en el mundo digital pasa en primer lugar por «ser buenos ciudadanos», huyendo de la negatividad, los enfrentamientos, las críticas. «No seremos testigos creíbles de la Buena Nueva si estamos enfadados o molestos o agitados o disgustados». Hay que estar también, como ha señalado el Papa Francisco, escuchando a la gente, sabiendo lo que les preocupa; hablando con ellos, y ofreciendo una palabra que tiene que ser siempre de ánimo, de apoyo o, «si es posible, una palabra enraizada en el Evangelio».
En definitiva, siendo un buen prójimo, un buen samaritano en el mundo digital, ofreciendo ternura, misericordia, y entonces «nuestra autenticidad nos da la oportunidad de hablar de nuestra fe». Después de escuchar las preocupaciones y los miedos de las personas, el creyente podrá hablarle de una Buena Nueva, de un Dios que a él le da esperanza, que le hace afrontar esas mismas situaciones de otra manera, «que nos da una razón para levantarnos por la mañana, que nos permite estar llenos de esperanzas cuando los demás se desesperan». El Papa Francisco lo llama transmitir el Evangelio mediante la atracción. «Si vivimos nuestra fe auténticamente –añadió monseñor Tighe–, si hemos sido tocados por el mensaje de Cristo, si de verdad nos ha transformado, entonces deberíamos tener un estilo de vida y un modo de tratar con las personas atractivo que llevará a plantearse la pregunta sobre el origen de nuestra esperanza, de la posibilidad de vivir y cómo podemos hacerlo auténticamente».
Sobre el lenguaje, «los estilos de comunicación», el secretario pontificio animó a ser una Iglesia, una comunidad parroquial o eclesial, que responde, que comenta… Y puso un ejemplo claro: en vez de lanzar un mensaje en Twitter, mejor ver las tendencias, «lo que preocupa realmente a las personas», y quizá sobre eso haya una palabra. No crear una conversación, sino «tomar parte en ella». En definitiva, «acaparar menos el micrófono y usar más los cascos» para escuchar a las personas.
En cuanto a las formas de hablar, la experiencia que la Iglesia tiene en la tradición escrita no es tan efectiva en el mundo digital, en el que cuentan más los mensajes incisivos que capten la atención «mediante gestos, signos, símbolos», como fue la imagen del Papa el 27 de marzo en la plaza de San Pedro. «Necesitamos un lenguaje para que la gente se enganche; se trata de mostrar más que de contar», y relató cómo él, en las ocasiones en que le han pedido oraciones en plena pandemia, enviaba después una foto de la vela que encendía en su capilla como signo de esa oración.
«Necesitamos cuidar nuestro vocabulario», añadió en alusión a las palabras, buscando lo que el Papa Francisco llama «la gramática de la sencillez». «Un modo de hablar directo –puso de relieve– y honesto que sale del corazón» frente a la tendencia a dar respuestas muy elaboradas teológicamente. «La gente busca mi verdad» con palabras que puedan entender, «que hablen a sus corazones» y que, con lenguaje que pueda parecer simple, les abra caminos «para encontrar algo más profundo en Dios».
No ser tan serios y formales
En alusión a Fratelli tutti, el sacerdote abogó por un uso de los medios digitales para «construir la cultura del encuentro», y ver a los otros como «hermanos y hermanas de los que tenemos mucho que aprender». Animó a no ser tan serios y formales, algo a lo que en la Iglesia, manifestó, se está acostumbrado, y a «estar un poco más relajados», sin tomarlo todo «hostilmente» sino intentando «ir más allá de la superficie, porque en el corazón de las personas sigue habiendo un extraordinario anhelo de algo más».
En este sentido, reveló que el yoga, el mindfulness o la meditación proveniente de la tradición oriental están hablando «sobre el deseo de las personas de algo más». Pues a partir de ahí, «ofrezcámosles las más ricas verdaderas que proceden del Evangelio». Además de mostrar las celebraciones online, «también podemos ofrecer alguna meditación guiada [lectio divina], una reflexión sobre las Escrituras…». «Reflexionemos de nuevo sobre la necesidad de las personas de abrirse a un mundo maravilloso», pidió.
Incorporar a los jóvenes fue también una de sus propuestas. En un mundo en el que están tan exigidos, «queremos vuestra energía, queremos que intentéis tener éxito. Pero vuestro valor como persona no depende de que seáis el próximo Steve Jobs». Su valor último, habrá que decirles, «vuestra dignidad, está en que sois amados por Dios».
«Ven y verás»
En la clausura de las jornadas, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, aludió al evangélico «ven y verás» para recordar que «la fe cristiana inicia así y se comunica así, con un conocimiento directo, nacido de la experiencia y no de oídas». Entregar el Evangelio desde las redes «requiere capacidad de ir allá donde nadie va», un movimiento «de ir a ver y un deseo de hacer ver», señaló.
El purpurado alertó del riesgo de contar al mundo las cosas, como sucede con la pandemia, solo desde una mirada, la de nuestro mundo. Ante esto, «la red es un instrumento excepcional porque nos multiplica la capacidad para poder compartir […] porque son muchos ojos abiertos al mundo». Y aunque nada «puede sustituir el hecho de ver en persona», es importante «conocer» el hecho.
Qué hubiera sido de San Pablo, se preguntó para concluir el purpurado, si hubiera tenido correo electrónico. Pero él usó «su fe, su esperanza, su caridad», y eso es lo que realmente impresionó a sus contemporáneos, y lo que tiene que seguir impresionando ahora. Porque las redes son muy importantes, «es esencial que utilicemos este mundo de la comunicación, pero no vayamos vacíos».
Se puede acceder a todas las ponencias de las IV Jornadas de Actualización Pastoral para Sacerdotes a través del canal de YouTube de San Dámaso.