Santos: Antonio María Zacarías, presbítero; Atanasio, diácono y mártir; Agatón, Trifina, Basilio, Sédofa, Marino, Teodoto, mártires; Abel, Numeriano, arzobispos; Filomena, virgen y mártir; Cirila, Aroa, Lucía, Domicio, Doctrino, Juan, Simeón, mártires; Marta, Probo, Gracia, Esteban, Tomás, Trófima, Valeio, Zoe, mártires.
Nació en Cremona en el año 1502, precisamente en la Italia septentrional, situada en la región de Lombardía, junto al río Po, sede episcopal, con su imponente catedral románica, construida entre 1107 y 1490 que posee en sus paredes interiores frescos de Boccaccio Boccaccino, creador de la escuela de pintura cremanesa.
Estaba cantada la reforma seria que necesitaba la Iglesia y los que mandaban pasaban el tiempo discutiendo si en la «cabeza» o en los «miembros», sin llegar a poner remedio; eran tiempos de urgencias y debían brotar, como así fue, gentes de fuego. La madre de Antonio María, Antonieta Pescaroli, enviudó pronto y no quiso contraer nuevas nupcias para dedicarse enteramente a la educación de su hijo. De ella aprendió virtudes y escuchó consejos; sobre todo, se trataba del trato con la Virgen, del respeto a la Eucaristía; aprendió el valor de la pureza y vivió con dignidad la virtud de la pobreza.
Cuando creció quiso ser primero médico y con esa intención inició sus estudios; pero pronto nació en él la inquietud de hacer por las personas algo más de lo que haría con los potingues y medicinas; piensa si podría contribuir a curarlas por dentro, rondándole por la cabeza el cosquilleo de la vocación sacerdotal como cosa posible. Pero, si ha de ser sacerdote, se plantea que debe ser al estilo de San Pablo, porque en su época no solo las costumbres necesitan reforma, la misma doctrina está necesitada de firmeza y concreción. Su preparación al sacerdocio cobra esa dimensión paulina, siendo las cartas neotestamentarias del Apóstol de las Gentes su libro de estudio y de oración constante para aprender en las fuentes reveladas lo genuino del ser y del apostolado: libertad, gracia, cuerpo místico, locura por Cristo crucificado, sentido instrumental y de medio que tienen los bienes terrestres. Con ese bagaje intelectual y moral entró decidido en el sacerdocio y, con el orden sacerdotal, nace un reformador.
Solo once años de vida presbiteral, pero Dios quiso que fuera fecunda. Ve como una necesidad imperiosa transmitir a los hombres de su época –metida hasta los huesos en la exaltación de los valores humanos y en la exaltación de la razón– la ceguera que comporta la fe y la locura de la cruz. Y a ello va a dedicar sin escatimar esfuerzos su existencia. La contemplación de la pasión y muerte del Señor, el amor a la Eucaristía y la adoración continua al Santísimo Sacramento serán el eje de su actividad apostólica renovadora.
Fundó en Milán la asociación que recibe el nombre de Clérigos de la Congregación de san Pablo, aunque popularmente se les conocerá luego por los «barnabitas», tomando el nombre de la sede definitiva a partir del año 1545, y que fue aprobada por el papa Clemente VII en el año 1533. Tuvo por colaboradores de primera hora al sacerdote Bartolomé Ferrari y al laico Jacobo Morigia, quienes, animados por el espíritu del fundador y queriendo imitar a san Pablo, mueven y remueven a la gente haciéndose notar pronto en Milán por su austeridad y espíritu de mortificación; no les será cómodo; llegó la comitiva de lámparas que, como procesión, acompañan al cortejo de las obras de Dios: calumnia, difamación, descontento y la protesta por parte de quienes no quieren salirse de la torre de marfil que para vivir se han fabricado y en la que se encuentran cómodamente instalados. A la actividad que desarrollan la califican de «excentricidad», a la doctrina que exponen «herejía» e «hipocresía» a su estilo de vida. Los ánimos se encrespan bastante y los que están descontentos denuncian a la nueva criatura que acaba de nacer en la Iglesia ante las autoridades de Cremona; menos mal que aquello les valió para que el papa Paulo III los tomara bajo la jurisdicción directa de la Santa Sede.
La actividad de Antonio María llega también a la reforma de las mujeres. Transformó en monasterio de religiosas la fundación que había hecho la condesa Luisa Torrelli de Guastala con el buen propósito de ayuda a la mujer; tomaría el nombre de Angelicus y del mismo modo le daría su aprobación el papa Paulo III. Fiel al espíritu paulino, les procuró una fuerte instrucción religiosa para que pudieran ser capaces de una verdadera y duradera reforma. Cuando pasen años, será el mismo Carlos Borromeo quien afirmará que dicho monasterio es la joya más preciosa de su mitra.
Y llega su labor al mundo de los seglares, de los laicos. Consciente por propia experiencia personal de la importancia que tiene para trasformar el mundo la vida cristiana, laboriosa y honesta de la familia, hizo una tercera fundación para los casados que, con formación seria intelectual y recia en lo ascético, se capacitaran para transmitir, como por ósmosis, el espíritu cristiano a la sociedad por medio de la institución familiar.
Las «Cuarenta horas» de adoración continuada al Santísimo Sacramento, y el recuerdo de la Pasión y muerte del Señor al toque de campanas del medio día son costumbres seculares cristianas que tienen su origen o se potenciaron por la actividad del santo que tenía apellido de profeta.
Murió en Cremona el 5 de julio de 1539 y lo canonizó León XIII, en 1890. Posiblemente, aunque de esto no tengo datos, en la ceremonia de canonización sonara algún violín fabricado en Cremona por las generaciones sucesivas de las familias Amati, Guareni y Stradivarius.