Hemos celebrado la fiesta del trabajo en la que se nos ha recordado la dignidad y el valor permanente del trabajo. Y somos conscientes de la urgencia que, como testigos del Evangelio y constructores de vínculos fraternos, hemos de vivir los discípulos de Jesucristo en el mundo del trabajo, haciéndonos presentes en este mundo con valentía en ámbitos tan cruciales para la vida social. Como cristianos asumamos el compromiso de vivir y testimoniar el «Evangelio del trabajo», pues el Señor nos llama y nos invita a testimoniar el Evangelio del trabajo. Es el Señor quien nos llama y nos invita a la santidad en nuestras ocupaciones diarias en las que se encuentra el trabajo.
Quizá con más urgencia que en ningún otro momento se hace más urgente proclamar el «Evangelio del trabajo», es decir, vivir como cristianos en el mundo del trabajo y convertirnos en apóstoles cualificados entre los trabajadores, lo cual requiere, para cumplir esta misión, vivir unidos a Jesucristo desde una oración intensa y con una vida sacramental fuerte, valorando con mucha fuerza el día dedicado al Señor como es el domingo.
San Juan Pablo II, en el año 2000 con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, lanzó una llamada fuerte para realizar «una coalición mundial a favor de un trabajo decente». ¿Qué significaba para el Papa san Juan Pablo II esa expresión, «trabajo decente»? Nada más ni menos nos quería decir, que en cualquier sociedad, «trabajo decente» fuese la expresión de la dignidad esencial de todo trabajador sea hombre o mujer, que todos sean respetados, que no se dé discriminación ninguna, que ese trabajo dé lo necesario para que puedan subsistir las familias y que deje espacio para el reencuentro con las raíces en lo personal, familiar y espiritual.
¡Cómo hemos de cuidar siempre este mundo del trabajo! Pongámonos a la obra. La fiesta que acabamos de celebrar nos recuerda y remite para ver cómo la Iglesia está convencida de que el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre sobre la tierra. A esta conclusión nos llevan todas las ciencias dedicadas al estudio del hombre: la antropología, la paleontología, la historia, la sociología, la psicología. ¡Qué fuerza tiene siempre, pero quizá más en estos momentos que vivimos, cómo el trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, es un derecho natural y una vocación del hombre! Ante la crisis de la familia que en muchos lugares se da, hay que decir que el trabajo es una condición para hacer posible la fundación de una familia. En verdad, ella necesita medios de subsistencia que lo normal es adquirirlos mediante el trabajo. La familia es una comunidad hecha posible gracias al trabajo y es la primera escuela interior de trabajo para todo ser humano.
Hay una preocupación para mí importante, lo que llamamos la «emigración por trabajo», pues todo ser humano tiene derecho a abandonar su país de origen y buscar mejores condiciones de vida en otro, pero que nunca se convierta en ocasión de explotación sea financiera o social. El metro de medida ha de ser el mismo para todas las nacionalidades, religiones o razas. Vivamos siempre de tal modo que el valor fundamental del trabajo esté unido a la dignidad de la persona humana.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid