La Semana Santa para nosotros los cristianos es la semana más importante del año. En ella se nos brinda la gran oportunidad de sumergirnos en los acontecimientos de la Redención. En esta semana podemos vivir los discípulos de Cristo el Misterio Pascual, el gran misterio de la fe. La Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor nos invitan a profundizar en esta fe. Os invito a abrir el corazón con todas vuestras fuerzas al Señor, abrirnos a la gracia de Dios para así comprender el don inestimable de la salvación que ha obtenido para todos nosotros Jesucristo.
¡En cuántas ocasiones tengo que remitirme en la vida a las tres características anunciadas por el profeta como son la pobreza, la paz y la universalidad, que están resumidas en el signo de la Cruz! En el Domingo de Ramos hemos podido vivir una vez más cómo el auténtico sí es precisamente la cruz, porque es el verdadero árbol de la vida. Entendamos de una vez para siempre que la vida no la hallamos apropiándonos de ella, sino donándola. ¡Cuántas veces en nuestra historia personal tenemos que volver al norte de nuestra vida, que es darla! Porque el amor es entregarse a uno mismo, de ahí el simbolismo que tiene la Cruz en el camino de la vida verdadera.
Todos los discípulos de Cristo estamos llamados a comprender, vivir y testimoniar con nuestra propia manera de vivir en la vida, la gloria del Crucificado. Os comparto tres palabras que llenan de contenido nuestra existencia: comprender, vivir y testimoniar. Asumamos el contenido que tienen estas palabras de manera radical en nuestra vida. La verdad del hombre y la verdad de Dios la comprendemos contemplando la entrega de sí mismo que hace Jesucristo. Hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Qué bien nos lo explicaba el Papa Benedicto XVI cuando nos decía así: en la Cruz «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (Deus caritas est, 12).
En las celebraciones de estos días nos encontramos ante dos misterios: el misterio del sufrimiento humano y el misterio de la misericordia divina. Estos misterios no se contraponen: entremos en ellos a la luz de la fe y veremos la armonía absoluta que tienen. En el año 2006, a finales del mes de mayo, decía el Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a Polonia: «la cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre […], es como un toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre» (en el discurso a los enfermos en Polonia 27-05-2006). Es cierto que la Cruz nos da miedo. También a Jesucristo le provocó miedo y angustia, pero no es necesario desembarazarse de ella. En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, hemos conocido el amor en todo su alcance. En Jesucristo está la verdadera originalidad del amor que nos lleva al compromiso de dar la vida por los hermanos apoyados por el amor que Él nos tiene, amar a todos sin distinción, incluso a los enemigos, hasta el extremo. Esto se hizo visible en toda su intensidad en la Cruz.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid