Santos: Josafat, Aurelio, Publio, obispos y mártires; Millán (Emiliano) de la Cogolla, Adalberto, Arsacio, Teódulo, Nilo el Sinaíta, confesores; Benedicto, Juan, Mateo, Cristino, mártires; Renato, Cuniberto, Esiquio, Rufo, Livino, Leodegario, obispos; Margarito Flores García, sacerdote y mártir; Cumián, abad; Paterno, monje.
México proporcionó a la Iglesia en pleno siglo XX una buena cantidad de mártires con su pedante y anacrónica legislación laicista. Margarito Flores García fue uno de ellos. Nació en Taxco, diócesis de Chilapa, el 22 de febrero del 1899. Nombrado Párroco de Atenango del Río, perteneciente igualmente a la diócesis de Chilapa, ejercía su ministerio sacerdotal, como tantos compañeros, gozando con el cuidado de su gente, superando las dificultades y sufriendo los inconvenientes del período oscuro e incierto que se avecinaba. Tres años de ministerio fueron suficientes para conocer la entrega sacerdotal del Padre Margarito, como se le conocía entre sus asustados y amedrentados feligreses.
Se encontraba fuera de la diócesis a causa de la persecución, cuando supo de la muerte heroica del Sr. Cura David Uribe, cuya fiesta martirial se celebra hoy el día 12 de mayo. Al recibir la noticia, se sintió removido en su interior y exclamó: «Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo; voy a pedir permiso al Superior y también voy a emprender el vuelo al martirio».
El Vicario general de la Diócesis le nombró vicario con funciones de párroco de Atenango del Río, y el Padre Margarito se puso luego en camino. Fue descubierto como sacerdote al llegar a su destino; apresado y conducido a Tulimán, donde se dio la orden de fusilarlo.
El Padre Margarito pidió permiso para orar, se arrodilló unos momentos, besó el suelo y a continuación, ya de pie, recibió las balas que le destrozaron la cabeza y le unieron para siempre a Cristo Sacerdote, el 12 de noviembre de 1927. Fue canonizado en Roma, el 21 de mayo del 2000, año Jubilar, por el papa Juan Pablo II.
Actitud sacerdotal, coraje de dentro. Margarito tomó una decisión heroica. Solo el amor de Dios por encima de los más fuertes instintos –el de conservación– y del amor a uno mismo explica la decisión premeditada de ‘volar’. La conciencia clara del inminente fusilamiento tampoco quitó seguridad, firmeza, serenidad y comportamiento sacerdotal digno al presbítero mártir.