Santos: León Magno, papa y doctor; Eustosio, Andrés Avelino, Adelelmo, Constantino, Ninfa, Trifón, Respicio, Tiberio, Modesto, Forencia (Zoraida), mártires; Victoria, virgen y mártir; Auxiliano, Ciro, Daniel, Aniano, Efrén, Justo, Florencia (Zoraida), confesores; Arniano, diácono; Baudolino, patriarca; Gobriano, Monitor, Probo, Demetrio, Justo, Jorge, obispos; Trifema y Trífosa, discípulos de san Pablo; Teoctiste, virgen; Noé, patriarca; Martiriano, monje.
Lo hicieron papa en el año 440. Sin más ejército que una mula blanca y con el arma de su autoridad moral consiguió ante el mundo atónito lo imposible.
Antes de papa se tienen noticias de él como acólito que llevó una epístola de la Iglesia de Roma a Cartago (418), o como diácono de prestancia entre el clero romano cuando Juan Casiano le dedica sus libros sobre la Encarnación de Cristo (430); luego, como clérigo famoso tan influyente en la corte pontificia que Cirilo de Alejandría le escribe para interesarle en su favor contra la herejía de Nestorio (431). Después se le vio recorriendo Francia –entre ciudades y campamentos– hecho todo un hábil diplomático negociando con los prefectos y generales del Imperio.
Supo interpretar los signos de los tiempos; los suyos no fueron precisamente los más hermosos de Roma donde los generales intrigaban, los ejércitos estaban en permanente rebeldía y los emperadores se sucedían como sombras. Al pueblo, rehén del miedo, le tocó gemir.
Contempló el progresivo e imparable derrumbamiento del Imperio y sufrió con la Roma vencida. Trasladó al ámbito divino el desastre; vio en aquella Roma humillada la que extenderá el Evangelio a los pueblos; no lo hará con violencia, sino con el convencimiento; no será el camino la opresión, sino la justicia y la caridad. Roma seguirá siendo reina tanto en paz como en guerra, y reinará en el mundo entero. León I fue el hombre que más trabajó para consolidar el poderío benéfico de la nueva Roma a lo largo de sus veinte años de gobierno en permanente lucha contra la barbarie, la tiranía, la soberbia y el error. Fue un espíritu clarividente, jefe político y conocedor profundo del alma humana; por eso le llamaron Magno.
En la otra orilla del Danubio, Atila está contemplando con gozo los estertores del Imperio. Tiene Roma a la vista al frente de sus huestes sedientas de botín. El emperador ha huido y solo queda el papa frente al invasor. León se presentó en Mantua, con pequeño séquito y montado en su mula blanca, saliendo al encuentro del imponente invasor; solo podía suplicar. Y Atila dio la orden de retroceder vencido sin lucha por un obispo inerme. ¡Claro que supo aprovecharlo en su predicación posterior, afirmando que aquello fue para «enmienda» de los pecados y fruto de la «misericordia» porque el Imperio estaba corrompido!
La embajada del papa León al cojo Genserico no evitó el saqueo pero salvó las vidas de los romanos. Se presentó aquel hombre incapaz de sentimientos con una escuadra formidable por el Tíber, llevando la promesa hecha al papa de respetar las vidas e impedir la destrucción y el incendio. Fueron quince días de saqueo y centenares de carros diarios salían por tierra y naves cargadas se llevaban los vasos de los templos, las tejas de bronce de los antiguos monumentos, estatuas, tejidos, tapices y alhajas. Pero no se tocaron las tres antiguas basílicas ni lo que había dentro. También predicó al pueblo diciendo que Dios pedía arrepentimiento y que lo sucedido era castigo por el olor a podrido que daban los pecados del pueblo; no habían merecido más favor. Todo fue porque Valentiniano asesinó a Aecio, Máximo asesinó a Valentiniano, el ejército descuartizó a Máximo y Eudoxia llamó a Genserico para vengar la afrenta.
Toda la cristiandad estaba hirviendo. León I tuvo que reprimir a los maniqueos en Italia, restablecer el orden jerárquico en las Galias, alentar a las iglesias africanas cuando los vándalos, intervenir en los Balcanes, poner dique a los excesos priscilianistas en España y, sobre todo, dar solución a los peligrosos y sutiles errores doctrinales de Eutiques en Oriente, condenando el monofisismo que profesaba al enseñar que en Jesucristo había una sola naturaleza, con el concilio de Calcedonia (451).
Era precisa mucha santidad y mucho amor a la Iglesia. El papa León, italiano, quizá de Volterra, llevó al papado a una concepción grandiosa en la Edad Media, resistiendo en Roma los embates más duros de su siglo. Unos fueron contra la fe y otros contra la dignidad de los romanos, que andaban con el honor perdido.
¿Qué querría expresar Rafael cuando lo pintó con el dedo señalando a los santos Pedro y Pablo que tenía la espada desnuda en la mano? Algo debió de pasar en su entrevista con Atila para que este se olvidara de Roma y regresara con las manos vacías; lo sabremos en el cielo.