El domingo pasado, después de celebrar la Eucaristía, se acercó a mí una pareja. Eran de fuera de España, venían a pasar unos días y habían estado en la Misa de 12:00 horas en la catedral. Querían hablar conmigo en algún momento durante la semana que pasarían en Madrid; les dije que sí, me dejaron su teléfono y los llamé. Eran bautizados, no practicantes desde muy jóvenes. Hacía muchos años que no iban a Misa y, por curiosidad, habían entrado en la Almudena. En la Eucaristía habían sentido la necesidad de hablar con algún sacerdote y, por eso, se acercaron a mí. Después de la conversación con ellos y a las puertas de la fiesta del Corpus Christi, me gustaría hacer una meditación en voz alta sobre la Eucaristía. No es un tratado, sino que, como toda meditación, quiere alcanzar tu corazón y tu vida.
Me gustaría que sirva para valorar cada día más y mejor lo que es la Eucaristía para nosotros los cristianos: descubrir la Iglesia, las relaciones nuevas que establece en nuestra vida, etc. Todos sabemos, y lo hemos oído en infinidad de ocasiones, que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, que es el sacramento de la comunión y la unidad, que nos hace entender lo que es la Iglesia. La Eucaristía nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento de Jesucristo, nos alienta a vivir la fe en Él. ¡Qué hondura alcanza nuestra vida en la Eucaristía! La centralidad de la Eucaristía, tanto en la celebración como en la adoración silenciosa en el Santísimo Sacramento, nos ayuda a descubrir que nuestra vida ha de tener forma eucarística. En la fuente de la Eucaristía los cristianos encontramos en radicalidad el modo de ser y de vivir, de pensar, de hablar, de actuar en medio del mundo.
Todos los creyentes tendríamos que plantearnos: ¿cómo vivo la Eucaristía?, ¿vivo de la Eucaristía?, ¿me lleva a salir de mí mismo y del anonimato? ¿Descubro que en la Eucaristía realizo una verdadera comunión con el Señor y con los hermanos que comparten la misma mesa conmigo y que se ha de agrandar para los hermanos que encuentre en el camino? ¿Me lleva la Eucaristía a repartir el amor que he recibido, a ocuparme de los demás, en las situaciones en las que vivan? ¿La participación en la Eucaristía me hace ser don de amor y vivir con la medida del amor de Dios que es amar sin medida?
En la Eucaristía, Jesús se nos da en alimento; es más, Él es el pan vivo que da la vida al mundo, como nos recuerda el Evangelio de Juan (cfr. Jn 6, 51). En la Eucaristía entiendo que participar de la misma, alimentarme de Cristo mismo, me hace ser pan partido para nuestros hermanos: soy alimento, doy vida, regalo el amor de Dios recibido. Es esta realidad de la Eucaristía la que me convierte en don y descubro la alegría de serlo. ¡Qué hondura alcanza nuestra vida en la Eucaristía, nada más ni menos que convertirnos en don para los demás! ¡Cuántas cosas cambiarían en nuestra vida si pensamos en lo que engendra Jesucristo cuando nos alimentamos de Él!
La Eucaristía nos sitúa en la cumbre más alta, allí donde nuestra vida alcanza la dimensión más plena, pues nos lleva a amar sin medida. Como nos recordaba el Papa san Juan Pablo II, «la Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no solo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación» (Ecclesia de Eucharistia, 11).
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia y de la vida cristiana; como decía san Juan Pablo II con todas sus fuerzas, «la Iglesia vive de la Eucaristía». Hemos de vivir de la Eucaristía en las familias, que son pequeñas iglesias domésticas; en todos los grupos cristianos, asociaciones y movimientos; en el trabajo; en tantos encuentros… Es cierto, «la Iglesia vive de la Eucaristía». Vemos la unidad que existe entre el sacrificio de Cristo, la Eucaristía y la Iglesia. Contempla en el misterio de la Eucaristía a Cristo realmente presente en su Cuerpo y en su Sangre. La Eucaristía tiene un lugar central en la Iglesia, nos hace Iglesia y nos hace una Iglesia en salida, en misión, pues lleva a ofrecer a todos los hombres lo que hemos recibido: a Cristo mismo.
De la Eucaristía tienes que salir regalando el amor mismo de Dios. Sí, regala con tu vida y haz presente a ese Cristo que se te da como alimento de tu vida, que te hace partícipe de la vida eterna, ya que es el pan vivo que da la vida al mundo. El Cuerpo y la Sangre de Cristo que recibes en la Eucaristía no es un simple alimento, es el pan de los últimos tiempos, que te da vida y vida eterna para que la ofrezcas. La esencia de este pan es el amor, no un amor cualquiera, es el amor mismo de Dios que tú has de vivir y regalar a quienes están a tu lado. La Eucaristía te transforma y te llama permanentemente a vivir el compromiso de acercar el amor de Dios a los caminos por donde transitan los hombres para que el mundo crea.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid