¡Qué bueno es poder comprobar que mediante el Bautismo ya estamos integrados en la Muerte y Resurrección de Cristo y participamos de una vida nueva, que es la misma Vida del Señor! Toda nuestra vida tiene una manifiesta resonancia de eternidad. Estamos en camino hacia la resurrección plena y por eso el encuentro con Jesucristo es una necesidad, es nuestra verdadera alegría. Con esta alegría de resucitados alegramos la vida de los hombres con los que nos encontramos en el camino. Las palabras que dirigió a las hermanas de Lázaro son para nosotros los vivos: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26). Nos viene muy bien escuchar estas palabras porque, entre otras cosas, en el fondo todos nosotros tenemos zonas de nuestra vida que están muertas o mortecinas. En nuestra existencia a veces se da una especie de necrosis espiritual y hemos de reconocer que solamente Jesús tiene poder de curarla.
Me vais a permitir que la carta de esta semana sea una meditación en voz alta que os hago para resucitar. Os propongo tres pasos:
1. Encuentro: Él quiere encontrarse contigo. Los relatos de las apariciones a los discípulos después de resucitar Nuestro Señor tienen una fuerza especial para nosotros. Lo mismo que el Señor tomó a los primeros discípulos consigo, Él nos ha tomado a nosotros. No somos cristianos por casualidad, sino que lo somos por la gracia inmensa de que Jesucristo nos haya llamado a la pertenencia eclesial. Sí, Él nos ha tomado consigo. No hemos realizado ninguna oposición, estudio o trabajo, sino que ha sido el Señor quien nos ha llamado sin hacer ningún mérito especial. Hemos recibido un regalo y, por eso, damos gracias a Dios.
Muchos habitaban la tierra en tiempo de Jesús, pero Él eligió a doce para que estuvieran con Él. Este mundo lo habitan muchos hombres y mujeres, pero a la pertenencia eclesial nos llama, entre otros, a nosotros. Hemos recibido gratuitamente su amor. ¡Qué importante es que comencemos todos los días con esta experiencia original de la gratuidad de su amor! Nos llama por nuestro nombre y nos toma de su mano, ¿a dónde nos quiere llevar? A que seamos transfigurados por su amor, a que entreguemos ya en nuestra vida la fuerza y la gracia de la Resurrección.
Ahora que la fraternidad se rompe, cuando a tantos seres humanos no se les trata con la dignidad de hijos de Dios y no se cuida la creación, ¡qué necesidad tenemos de que Jesús aparezca entre nosotros! No guardemos el amor de Dios; entreguémoslo y que sea lo que organiza este mundo y nuestras relaciones.
2. Envío: el Resucitado desea enviarte al mundo. Quiere y desea que nunca te canses de entregar, construir y conservar la comunión, esa que viene de Cristo y que nos hace abrazar a todos los hombres, ser fermento de fraternidad en medio del mundo. ¡Qué hondura alcanzaría nuestra vida si fuéramos capaces de formar un coro que hace el canto no en función de las ideologías que dividen sino del amor mismo que tan fuertemente nos ha manifestado y regalado Jesucristo! Descubrir el camino de Jesús –que no es una cuesta abajo, sino que es siempre un ascenso– supone dejar la mediocridad y la comodidad, eliminar todo aquello que me lleva a asumir una vida tranquila. Nuestra vida es para complicarla, es para decir una vez que hemos experimentado la transfiguración que produce el amor de Jesucristo y salir en un movimiento de éxodo que supone entrar por el camino de la cruz a la Gloria.
Los caminos ni son llanos ni son rectos; quizá esos serían los que querríamos hacer nosotros. A los caminos hay que salir, hay que subir. Hay que entregar la vida, pero no de cualquier manera, sino con el amor mismo de Jesús que no miró para sí mismo. Es un peligro vivir una fe estática y aparcada, considerarnos buenos discípulos, pero sin seguir a Jesús con todas las consecuencias. Uno no puede haber sido enviado al mundo para anunciar a Jesucristo y vivir inmóvil, pasivo, dormido, narcotizado, anestesiado, no viendo la carne sufriente de los hermanos. No podemos dar la espalda a las llagas del Señor que son las de nuestros hermanos. Y la más honda es no conocer a Jesucristo. ¿Podemos permanecer en guerra unos contra otros, sin darnos la mano, quienes somos hijos de Dios y por ello hermanos?
3. Curación: el Señor quiere que entres en este mundo con la tarea de curar, es decir, de regalar su Resurrección. Si quieres curar, que es lo que te pide el Señor que hagas en este mundo, no intentes hacerlo sin una relación profunda con Él. Tienes que orar, tienes que vivir en un diálogo permanente con Él. ¿Crees de verdad que la oración transforma la realidad? Te aseguro que la oración no te aleja del mundo; al contrario, te da instrumentos necesarios para cambiarlo, te ayuda a tener la mirada de Dios. ¡Qué belleza tiene orar, hablar con el Señor! En ese diálogo se nos da una nueva luz sobre las personas y sobre las situaciones que vivimos. Para reavivar el fuego de la misión es clave la oración. Esta nos trastoca por dentro, reaviva el fuego de la misión y nos ensancha el corazón, nos impulsa, nos alienta… Jesús nos lleva siempre a lo esencial, pues nos trabaja el corazón y nos hace ver lo que es de Dios.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid