En el contexto de Pascua, quiero acercarme a todos vosotros para invitaros a que no permanezcáis prisioneros del pasado. La Resurrección de Jesucristo nos trae una respuesta clara: en «la plenitud del tiempo» (Ga 4, 4), como nos dice el apóstol san Pablo, tomó rostro humano Dios, que trajo la respuesta última y definitiva a la pregunta de sentido de toda persona. ¡Qué hondura tiene saber que la Verdad nos ha buscado y nos encuentra! ¡Qué profundidad adquiere la existencia humana en el Resucitado! Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. La Verdad, que es Jesucristo y que es más fuerte que cualquier obstáculo que se nos pueda presentar, encuentra al hombre, nos encuentra a ti y a mí. Jesucristo ha resucitado y esto lo cambia todo. La Pascua de Cristo es nuestra pascua; su Resurrección nos da certeza de nuestra resurrección. Esta es la Buena Nueva por excelencia y hemos de anunciarla. En todos los rincones de la tierra, con obras y palabras, la Iglesia tiene que regalar la Belleza.
Es necesario que mostremos, con vidas coherentes, que Cristo ha resucitado. Tenemos que llamar a todos los hombres y mujeres a que se decidan por Jesucristo y por su amor. San Agustín, que fue un hombre muy condicionado por las costumbres y las pasiones de su época, vivió con el deseo de buscar la verdad y de vivir en ella. Muchos autores y estudiosos coinciden en decir que esta búsqueda de la verdad le atormentaba. Con connotaciones diferentes, hoy también se produce esa búsqueda de la verdad capaz de llenar el corazón del ser humano, ¿por qué no llevar la Resurrección de Cristo a la vida cotidiana con obras de paz, de reconciliación, de compasión, de amor, de fraternidad? Es algo que convence y vence. Fue lo que llevó a san Agustín a encontrar la vida auténtica y a dejar de vivir a ciegas. Porque la verdadera libertad se alcanza caminando por la senda de la verdad, y esa senda la encontramos en Jesucristo resucitado. ¡Dejémonos envolver por la fuerza de Jesucristo resucitado!
Hoy existe una demanda de verdad, de vida, de amor, en el sentido profundo que tienen estas palabras… ¿Por qué no vamos a proponer, sin miedos de ningún tipo, a quien es la Verdad? Jesucristo resucitado ensancha el corazón, los horizontes, las convicciones y la inteligencia, nos abre al misterio de Dios. Como he visto durante años de ministerio episcopal, los jóvenes son los primeros que tienen deseos profundos de ensanchar los horizontes de su vida y abrirse al misterio de Dios.
Insisto, hay que tener el atrevimiento de llevar la Resurrección de Jesucristo a la vida cotidiana. ¿No es esto lo que han realizado los santos? ¿No han sido los santos, hombres y mujeres, esposos, ancianos, jóvenes y niños, quienes han llevado la Buena Noticia a su día a día con sus obras? La verdad de Jesucristo resucitado se ha verificado en sus vidas y estas han de iluminarnos. ¡Qué belleza tiene la Iglesia cuando camina por el mundo anunciando con obras y palabras la Resurrección de Jesucristo!
Amor y verdad van unidas; son las dos columnas de la vida cristiana y son necesarias para anunciar la Resurrección. La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo en su vida terrena y con su Muerte y Resurrección, es la fuerza que impulsa el desarrollo auténtico de la persona y de toda la humanidad. Asumamos y vivamos del proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros.
Como decía al comienzo de esta carta, no podemos permanecer prisioneros del pasado; retomemos la confianza absoluta en la Resurrección de Jesucristo, que nos impulsa no solamente a mejorar la vida, sino a entregar un modo nuevo de entenderla y a ofrecer horizontes con la novedad que solamente puede dar Dios mismo.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid