El Papa Francisco ha celebrado este Jueves Santo en la basílica de San Pedro la Misa Crismal acompañado por el clero de Roma, de cuya diócesis es obispo. En esta celebración se ha consagrado el santo crisma con el que, entre otras cosas, se bautizará a los catecúmenos en la Vigilia Pascual. Pero además, con la presencia de los sacerdotes romanos, se trata de una manifestación de comunión de los presbíteros con su obispo, en este caso el Papa.
Por ello, en su homilía Francisco se ha dirigido especialmente a los sacerdotes para alertarles de “tres espacios de idolatría escondida en los que el Maligno utiliza sus ídolos para despotenciarnos de nuestra vocación de pastores e ir apartándonos de la presencia benéfica y amorosa de Jesús, del Espíritu y del Padre”.
Antes, el Papa les recordó que “ser sacerdotes es, queridos hermanos, una gracia, una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para la gente; y para nuestro pueblo es un gran don el hecho de que el Señor elija, de entre su rebaño, a algunos que se ocupen de sus ovejas de manera exclusiva, siendo padres y pastores”.
De este modo, Francisco pidió a los sacerdotes “fijar los ojos en Jesús” pues “al terminar el día hace bien mirar al Señor y que Él nos mire el corazón, junto con el corazón de la gente con la que nos encontramos. No se trata de contabilizar los pecados, sino de una contemplación amorosa en la que miramos nuestra jornada con la mirada de Jesús y vemos así las gracias del día, los dones y todo lo que ha hecho por nosotros, para agradecer.
Pero además, el Santo Padre dijo que es bueno mostrar también las tentaciones, “para discernirlas y rechazarlas”. Según explicó, “se trata de entender qué le agrada al Señor y qué desea de nosotros aquí y ahora, en nuestra historia actual. Y quizá, si sostenemos su mirada bondadosa, de parte suya habrá también una señal para que le mostremos nuestros ídolos”.
“Dejar que el Señor mire nuestros ídolos, que todos tenemos escondidos nos hace fuertes frente a ellos y les quita su poder. La mirada del Señor nos hace ver que, en realidad, en ellos nos glorificamos a nosotros mismos, porque allí, en ese espacio que vivimos como si fuera exclusivo, se nos mete el diablo agregando un componente muy maligno: hace que no sólo nos ‘complazcamos’ a nosotros mismos dando rienda suelta a una pasión o cultivando otra, sino que también nos lleva a reemplazar con ellos, con esos ídolos escondidos, la presencia de las divinas personas, del Padre, del Hijo y del Espíritu, que moran en nuestro interior”, añadió el Pontífice en su homilía.
Prosiguiendo sobre este punto, el Papa insistió en que “los ídolos tienen algo, un elemento, personal. Al no desenmascararlos, al no dejar que Jesús nos haga ver que en ellos nos estamos buscando mal a nosotros mismos sin necesidad, y que dejamos un espacio en el que se mete el Maligno. Debemos recordar que el demonio exige que hagamos su voluntad y le sirvamos, pero no siempre requiere que le sirvamos y adoremos continuamente. Sabe moverse, es un gran diplomático. Recibir la adoración de vez en cuando le es suficiente para mostrarse que es nuestro verdadero señor y que todavía se sienta dios en nuestra vida y corazón.
Y entonces habló de estos “tres espacios de idolatría escondida” que utiliza el Maligno: el triunfalismo, el pragmatismo de los números y el funcionalismo.
El primero de ellos es el “triunfalismo, un triunfalismo sin cruz” que no es otra cosa que “la cultura de la mundanidad”. “Esta tentación de una gloria sin Cruz va contra la persona del Señor, que se humilla en la Encarnación y que, como signo de contradicción, es la única medicina contra todo ídolo”, explicó.
Francisco afirmó que “la mundanidad de andar buscando la propia gloria nos roba la presencia de Jesús humilde y humillado, Señor cercano a todos, Cristo doloroso con todos los que sufren, adorado por nuestro pueblo que sabe quiénes son sus verdaderos amigos. Un sacerdote mundano no es otra cosa que un pagano clericalizado…un sacerdote mundano no es otra cosa que un pagano clericalizado”.
La segunda idolatría escondida echa sus raíces –dijo el Pontífice- donde se “da la primacía al pragmatismo de los números”. En su opinión, “los que tienen este ídolo escondido se reconocen por su amor a las estadísticas, esas que pueden borrar todo rasgo personal en la discusión y dar la preeminencia a las mayorías que, en definitiva, pasan a ser el criterio de discernimiento, es feo”.
De este modo, advirtió que “éste no puede ser el único modo de proceder ni el único criterio en la Iglesia de Cristo. Las personas no se pueden ‘numerar’, y Dios no da el Espíritu ‘con medida’. En esta fascinación por los números, en realidad, nos buscamos a nosotros mismos y nos complacemos en el control que nos da esta lógica, que no tiene rostros y que no es la del amor sino números”.
En contraposición a esto están los santos, “que saben retraerse de tal manera que le dejan todo el lugar a Dios. Este retraimiento, este olvido de sí y deseo de ser olvidado por todos los demás, es lo característico del Espíritu, el cual carece de imagen propia simplemente porque es todo Amor que hace brillar la imagen del Hijo y en ella la del Padre”.
El tercer espacio de idolatría, y muy vinculado al segundo punto, es el que se abre con el funcionalismo. ¿Qué implica? Así lo define el Papa: “la mentalidad funcionalista no tolera el misterio, pero si a la eficacia. De a poco, este ídolo va sustituyendo en nosotros la presencia del Padre. El primer ídolo sustituía la del Hijo, el segundo ídolo el Espíritu y este al Padre”.
“Nuestro Padre es el Creador, pero no uno que hace ‘funcionar’ las cosas solamente, sino Uno que ‘crea’ como Padre, con ternura, haciéndose cargo de sus criaturas y trabajando para que el hombre sea más libre. El funcionalista no sabe gozar con las gracias que el Espíritu derrama en su pueblo, de las que podría ‘alimentarse’ también como trabajador que se gana su salario. El sacerdote con mentalidad funcionalista tiene su propio alimento, que es su ego”, añade.
En este sentido, El Papa avisa nuevamente que “en estos dos últimos espacios de idolatría escondida reemplazamos la esperanza, que es el espacio del encuentro con Dios, por la constatación empírica. Es una actitud de vanagloria por parte del pastor, una actitud que desintegra la unión de su pueblo con Dios y plasma un nuevo ídolo basado en números y planes: el ídolo de ‘mi poder, nuestro poder, nuestro programa, nuestros planes pastorales’”.
Ante estos ídolos, ¿qué propone Francisco? Esto ha dicho a los sacerdotes presentes en la basílica de San Pedro: “Jesús es el único camino para no equivocarnos en saber qué sentimos, a qué nos conduce nuestro corazón. Él es el único camino para discernir bien, confrontándonos con Él, cada día, como si también hoy se hubiera sentado en nuestra iglesia parroquial y nos dijera que hoy se ha cumplido todo lo que acabamos de escuchar. Jesucristo, siendo signo de contradicción — que no siempre es algo cruento ni duro, ya que la misericordia es signo de contradicción y mucho más lo es la ternura—, Jesucristo, digo, hace que se revelen estos ídolos, que se vea su presencia, sus raíces y su funcionamiento, y así el Señor los pueda destruir”.