Vamos a celebrar la Jornada por la Vida y no tengo más remedio que hablar de la creciente desafección por la vida en Occidente. Hace más de un siglo, Nietzsche y otros pensadores sostenían que el cristianismo era una opción contra la vida. ¡Qué dureza tenían aquellas ideas metidas en la cabeza de sus contemporáneos! Este pensamiento ha seguido hasta nuestros días. Muchos creen que la cruz y los mandamientos suponen un no a la vida, que nos cierran la puerta de la vida. Olvidan aquellas palabras del Evangelio: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9, 24).
Estas palabras del Señor son las que debemos tener presentes en la opción por la vida. ¿Por qué? Sencillamente porque no es guardando la vida para nosotros egoístamente como podemos encontrar la vida; esta la encontramos cuando la damos. La vida no se toma, se da. ¿No es así como podemos entender la cruz? Dando la vida Jesucristo nos regaló la Vida. Hay una coincidencia clara entre la opción por la vida y la opción por Dios; hemos de caer en la cuenta de que solo podemos tener la vida en relación, nunca encerrados en nosotros mismos. Es fundamental la relación que tenemos con Dios, que es la que fortalece, da coherencia y fundamento a las demás relaciones.
Mirad, escoger la vida, elegir la vida, supone escoger a Dios. Estoy cada día más convencido, sobre todo después de los últimos acontecimientos que estamos viviendo, que un mundo vacío de Dios, un mundo que olvida a Dios, no solamente pierde la vida y la capacidad para ofrecerla y hacer todo lo posible para mantenerla, sino que también promueve sin más una cultura de la muerte. Por eso no es secundario Dios; no es inútil elegir a Dios y hacer una opción por Él. Para algunos quizá mis palabras puedan sonar fuertes, pero escoger la vida, hacer una opción por la vida, es escoger la opción-relación con Dios, que fragua el sentido de la cruz. Dio la vida para que todos los hombres la tengamos, marcó una dirección y un sentido a la existencia humana: si queremos tener vida y darla, demos nuestra vida. La vida crece dándola y se elimina y adolece cuando la retenemos egoístamente para nosotros mismos.
Cuando uno quiere la vida solo para sí mismo, pierde la vida, se aísla. Aumentan la soledad y la incomprensión, pues cada uno tiene un modo de pensar y de vivir; no hay una comunicación desde una visión profunda de la vida. En Evangelium vitae, san Juan Pablo II nos recordó y nos invitó a ver en la vida la nueva frontera de la cuestión social, pues en la defensa de la vida, desde su concepción hasta su término natural y dondequiera que se encuentre amenazada, ofendida o ultrajada, aparece un deber, una ética de la responsabilidad.
En estos momentos de la historia de la humanidad, la vida está siendo agredida por guerras sin sentido. No se puede disponer de las personas denigrando sus derechos, especialmente el de la vida y el de la libertad, también la religiosa. El derecho a la vida y la libre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. Hay que denunciar los estragos que se hacen a la vida: observemos a las víctimas en conflictos como la invasión de Ucrania o los que se viven en otros continentes, el terrorismo, las múltiples formas de violencia que se engendran en nuestras sociedades, el hambre, los abortos, la eutanasia… Todos son atentados contra la vida.
En este sentido, es importante subrayar que solo podemos transmitir la vida de forma responsable si somos capaces de transmitir algo más que la simple vida biológica, si somos capaces de hablar del sentido de la vida, de proponer certezas y esperanzas. Necesitamos conocer los fundamentos de la vida, descubrir las certezas que entrega la fe, para así poder comunicar a todos el don de la vida. A diferencia de quienes dijeron y siguen diciendo que sin Dios somos más libres y tenemos más espacio en el mundo, hemos visto lo que provoca la ausencia de Dios y cómo se pisotea la vida. Son muchos los hombres, en todas las latitudes de la tierra, que tienen sed de sentido, que saben que solo el éxito económico o la tecnología avanzada no bastan ni llenan el corazón del hombre.
Te hago con atrevimiento esta propuesta: escoge la vida y, para ello, haz una opción fundamental: escoge a Dios. ¿Cómo ves la vida con esta elección? La proclamación de la vida ha de ser el centro que mueva a la humanidad y ha de ser la dicha de quienes creemos en Dios.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid