Dentro de unos días, coincidiendo con la solemnidad de san José, celebramos el Día del Seminario. La Iglesia que camina en España mantiene una ocupación fundamental por la formación de los futuros sacerdotes. Todos estamos empeñados en que se formen sacerdotes según el corazón de Jesucristo. Ponemos la confianza en la acción del Espíritu Santo, más que en estrategias y cálculos humanos, por muy buenos que sean, y pedimos con fe al Señor, a quien es dueño de la mies, que envíe vocaciones al ministerio sacerdotal. Mientras, preparamos nuestros seminarios para formar a sacerdotes que afronten los retos que el mundo hoy nos presenta y que sean anunciadores fuertes y creíbles de la alegría del Evangelio.
Este año, la Conferencia Episcopal Española, a través de la Subcomisión Episcopal para los Seminarios, ha elegido como lema Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino. El ministerio sacerdotal es vital para la Iglesia. Ella se entiende a sí misma sacramentalmente; la razón de ser del ministerio sacerdotal deriva de la misión de la Iglesia. La Iglesia está llamada y enviada a mantener presente en el mundo la obra redentora de Jesucristo para comunicar la salvación en la época en la que vive. El Papa Francisco reconocía ya en Evangelii gaudium que pueden ser diferentes los caminos, pueden ser variadas las metodologías y son distintas las espiritualidades, pero «en la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios quiere provocar en los creyentes». Estamos llamados a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (cfr. EG 20).
Qué hondura tiene que el Papa diga que «la alegría del Evangelio […] es una alegría misionera». Tenemos que sumergirnos en la dinámica del éxodo y del don, lo cual tiene unas consecuencias para todos y muy especialmente para los sacerdotes y para quienes se están formando en estos momentos. Hemos de salir de nosotros mismos, caminar y sembrar siempre de nuevo, ir más allá, pues el Señor nos mueve para salir siempre (cfr. EG 21). Las palabras de Francisco no hacen sino alentarnos a formar sacerdotes para una época nueva: «Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (EG 23).
Qué importancia tiene el seminario, que, como nos decía el Papa Benedicto XVI, es un «gimnasio de comunión». Los seminaristas, que habéis sido llamados por el Señor, dadle gracias por esta vocación. En el seminario va desarrollándose, creciendo, configurándose vuestra vida con Jesucristo y va adquiriendo una forma clara, desde una experiencia de comunión profunda. Vosotros, los seminaristas, os habéis embarcado en una aventura extraordinaria en estos momentos de la historia en los que existen oposiciones, búsquedas, negaciones de la fe, pero también la necesidad de percibir el amor de Dios… En el corazón de todos los hombres hay sed de Dios y vosotros habéis tenido el atrevimiento de entregar la vida para saciar esa sed. Hoy tenemos que seguir preguntando a los jóvenes: «¿Qué hacéis?, ¿vivís para vosotros?, ¿qué entregáis?, ¿de qué tienen necesidad los hombres?». Jesucristo sigue diciendo: «Sígueme». Y seguro que a ti alguna vez te lo dijo.
La Iglesia tiene una responsabilidad grande en la formación de los futuros sacerdotes, pues hemos de hacer posible que se preparen bien para el ministerio y que puedan ejercerlo fructíferamente, conociendo la identidad sacerdotal, la que estableció Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Lograr una plena madurez humana y espiritual es todo un reto y una misión de nuestros seminarios. Como recogen la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis y antes el decreto conciliar Optatam totius, es clave la orientación pastoral de toda la formación. Hay cuatro notas esenciales para la formación sacerdotal: única, integral, comunitaria y misionera. Estas notas ya muestran qué tienen que entregar nuestros seminarios, qué ambiente tienen que promover, qué dimensiones y qué equilibrio tienen que darse en sus diferentes etapas… Y en todas ellas hay una propuesta sacerdotal en salida, abierta a la misión.
Ahora, como está recordando el Papa, hay que vivir el «discipulado misionero». Debe haber una profunda relación personal con Jesucristo, que se traduce en reproducir los ejemplos del Señor. ¿Cómo hacerlo? Conociendo y viviendo cada día más y mejor todos los contenidos de la iniciación cristiana y garantizando cada día con más fuerza la adquisición del sentido de comunión y de misión. También nuestros seminarios tienen que velar por la formación espiritual, humana, intelectual y pastoral. Se trata de ayudar a formar personas completas, totalmente entregadas al servicio de Dios y de su pueblo. La opción que la Iglesia hace por la integralidad de la formación no consiente desequilibrios. Y, por ello, los formadores deben ser conocedores de la naturaleza del discípulo misionero.
Siempre, pero en este cambio de época con más claridad, la formación ha de tener un carácter misionero. Esto significa que tiene que estar orientada radicalmente a la realización de la misión evangelizadora de la Iglesia, con las actitudes que esto engendra, como salir a la búsqueda de las ovejas.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid