Cuando van a llegar las vacaciones de Navidad, me ha parecido bueno que tengáis una carta mía en la que os hable de esa obra de amor que es la educación, quizá la que mayor arte requiere. Quizá la descubráis mejor junto al belén. Hay un derecho de los padres que hemos de respetar siempre: la educación moral y religiosa de sus hijos. Quienes nos dieron la vida tienen el derecho a darnos lo que ellos, en conciencia, creen que alimenta nuestra vida y nuestro crecimiento como personas. No valen experimentos como si los niños y niñas fuesen cobayas de laboratorio. Son personas que llegaron a este mundo por amor y la educación es una prolongación de ese amor. La historia reciente de la humanidad, en distintos lugares del mundo, nos muestra las consecuencias dramáticas de la manipulación educativa. No podemos hacer caminar a niños y jóvenes por itinerarios que se desarrollan dictatorialmente con un pensamiento único. Los padres sois los primeros y principales educadores; no dejéis esta responsabilidad tan fundamental. Tenéis que pedir y también buscar la educación que consideráis más idónea para vuestros hijos; insisto en que tenéis el derecho a educarlos conforme a vuestras convicciones morales y religiosas.
¿Se da hoy una fractura, una ruptura entre padres y escuela? Es cierto que muchas voces han tratado, en estos últimos tiempos, de acallar a los padres desde una supuesta defensa de las jóvenes generaciones, sobre unos supuestos daños que pudieran producir sus modos de educar. Y así, esa alianza que hubo entre la escuela y la familia se ha ido rompiendo con unos pretextos insostenibles. Se ha multiplicado la presencia de expertos, que han sido los que en muchas ocasiones han ocupado el papel que deben tener los padres. ¡Padres, no os excluyáis de la vida de vuestros hijos! Hay que favorecer siempre la armonía, la colaboración y el diálogo entre la familia y la escuela. Hay un derecho a la educación que se asegura respetando y reforzando el derecho primario de las familias a la educación. Vosotros sois expertos en el amor.
A través de los años, uno se va dando cuenta de quiénes son los que influyen en la educación. Por eso os digo a las familias que no podéis renunciar a la misión educativa: la tenéis que sostener, la tenéis que acompañar, la tenéis que guiar. Es verdad que habrá que inventar o reinventar métodos y buscar nuevos recursos. Es bueno que os preguntéis sin miedos, ¿quiénes se ocupan hoy de dar diversión y entretenimiento a vuestros hijos?, ¿quiénes entran en las habitaciones de vuestros hijos? Ciertamente a sus habitaciones entran extraños, pues a través de las pantallas se les proponen guías para sus tiempos libres, fórmulas para ser felices, mundos que en muchas ocasiones nada tienen que ver con lo que deseamos para ellos.
Educar es una cuestión de amor y, para ello, en la educación hay que generar procesos. Como tantas veces nos ha repetido el Papa Francisco, hablando también de otras cuestiones importantes para la vida humana, «lo importante es generar procesos, más que dominar espacios». Hay que educar generando vida, pero con mucho amor; hay que hacer vivir procesos de libertad, procesos para cultivar la autonomía; hay que generar procesos de maduración en la libertad y capacitar a niños y jóvenes para que, en toda clase de situaciones en las que puedan encontrarse en la vida, miren también a los demás. Os dais cuenta de cómo nuestras preocupaciones muy a menudo están en «¿dónde está mi hijo físicamente en estos momentos?», y no en la más importante pregunta de «¿dónde está su alma?». ¿Qué convicciones y proyectos tiene?
Para esta educación no basta con llenar la cabeza sin más de conceptos. Claro que hay que cuidar los conocimientos, pero, como recuerda Scholas Occurrentes, las personas solo maduran si se usan con ellas a la vez tres lenguajes: ideas, corazón y manos. Que exista armonía entre estos tres lenguajes, que sientan lo que piensan y hagan lo que piensan.
Asimismo, la educación debe convertirse en portadora de fraternidad y creadora de paz entre todos los pueblos. Como subraya el Papa al promover el Pacto Educativo Global, la educación es un arma potente para eliminar todas las formas de discriminación y de violencia. ¡Qué fuerza tiene hablar y llegar a un consenso mundial para que la educación restablezca lazos en toda la familia humana! Este pacto requiere el esfuerzo de todos: familia, escuela, Administración, el mundo de la cultura… Necesitamos una educación que pone en el centro a la persona, en su realidad integral; que la lleva al conocimiento de sí misma y de la casa común en la que vive; que hace que se preocupe por los demás.
Esta obra de amor que es la educación es exigente y pide educadores fraguados en una rica humanidad que se despliega en tres dimensiones: educadores que despiertan pasión, educadores que se ponen junto a los jóvenes en su camino y educadores que promuevan el crecimiento en todas las dimensiones de la persona. No solo hacen falta sabios, que también, y no solo hay que enunciar valores, que también, sino que sobre todo hacen falta testigos. Nadie puede dar crecimiento a otro sin coherencia y testimonio.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid