Este domingo celebramos la V Jornada Mundial de los Pobres. Como discípulos de Jesucristo, sabemos que los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. El obispo, que tiene que conformar su vida a imagen del Buen Pastor, ha de estar atento para ofrecer, anunciar y transmitir la fe, pero no puede olvidarse del pan material. La encíclica Deus caritas est nos dice con claridad que «la Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los sacramentos y la Palabra» (n. 22). El cuidado de los pobres es tarea esencial del obispo.
En el mensaje que nos ha regalado para la jornada, el Papa Francisco nos acerca una página del Evangelio muy sugerente: una mujer se acerca a Jesús con un frasco de alabastro lleno de perfume muy valioso y lo derrama sobre su cabeza. ¿Qué reacción produce entre los presentes? La de Judas está clara: plantea si no hubiera sido mejor vender el perfume para dar el dinero que se sacara a los pobres, pero en realidad, como gestiona la bolsa con el dinero, solo quiere llenarla más. La reacción de Jesús no se deja esperar y dice a los discípulos: «¡Déjenla! ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo», recordando que el primer pobre es Él, el más pobre de los pobres, pues representa a todos los pobres. Y en nombre de todos los pobres de la tierra aceptó el gesto de aquella mujer. ¡Qué fuerte empatía la de Jesús!
Quiero animaros a que contemplemos cómo Dios cuida a los pobres. Haciendo esta contemplación entenderemos que sus hijos tenemos que hacer lo mismo. En la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), el rico ejemplifica el uso injusto de las riquezas, cuando solamente pensamos en nosotros mismos, en satisfacernos nosotros sin mirar a quienes tenemos en la puerta de al lado, mientras que el mendigo representa a ese hombre con necesidades de todo tipo ante el que los hombres pasan de largo; solamente Dios lo cuida. Y este pobre tiene nombre: se llama Lázaro. Ha sido olvidado por todos, excepto por Dios. Como podemos contemplar, quien no vale nada a los ojos de los hombres, tiene un valor sagrado e inmenso a los ojos de Dios. Qué hondura tiene ver que el desprecio, la injusticia y la iniquidad terrena son vencidos por la justicia divina después de la muerte: Lázaro es acogido por Dios en la bienaventuranza eterna y el rico acaba en medio de grandes tormentos en el infierno. Lázaro tiene nombre. Fijémonos en cómo Dios cuida a los pobres. Dejemos que el Señor mueva nuestro corazón y lo abra a todas las necesidades de los hombres.
Los pobres de cualquier condición y de cualquier latitud nos evangelizan, ¿cómo? Haciéndonos ver y contemplar el rostro de Dios, de un Dios que no nos abandona, sino que, al contrario, se ocupa de nosotros, nos llama hijos y nos dice que todos los hombres somos hermanos y que, como tales, debemos cuidarnos y salir al encuentro como Él de quienes más necesitados están de percibir el amor de Dios. La opción por los pobres no es una ideología, es una misión que nos regala Jesucristo. En un mundo marcado por graves desequilibrios económicos y medioambientales, por procesos de globalización que se rigen por egoísmos y no por la solidaridad, donde se producen tantos conflictos armados que afectan a todos, pero muy especialmente a los más pobres, sintamos el gozo de descubrir, como nos dijo el Papa Benedicto XVI, que la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica, en el Dios que se hizo hombre, que se ha hecho pobre por nosotros y así nos enriqueció. La opción por lo pobres nace del Evangelio. Tenemos en la historia de la Iglesia, en su caminar por el mundo, el ejemplo de tantos santos y santas que hicieron de compartir con los pobres su proyecto de vida. Fui testigo de ello hace unos días, cuando inauguré la Ruta de la Santidad en nuestra archidiócesis de Madrid, al recordar a santos concretos que vivieron entre nosotros y se pusieron manos a la obra para que la vida de muchos pobres alcanzara la dignidad que, como hijos de Dios, tenemos todos los hombres.
El Papa san Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus annus, nos pedía «abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que otros han producido», e incidía en que «los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos» (n. 28).
En este sentido, en esta Jornada Mundial de los Pobres, ¿cómo no pensar en tantas personas y familias afectadas por las dificultades y las incertidumbres que la actual crisis ha provocado a escala mundial? ¿Cómo no pensar en lo que ha supuesto en todos los continentes la pandemia de la COVID-19? ¿Cómo no evocar la crisis alimentaria y el calentamiento climático que dificultan aún más el acceso a los alimentos y al agua entre los habitantes más pobres del planeta?
En esta jornada se nos invita a tomar conciencia de que somos «piedras vivas» de este nuevo templo, de este lugar en que se encuentran Dios y el hombre, el Creador y la criatura. Jesús nos dice hoy a nosotros también: «¡Prestad atención!». Mirad lo que hace la viuda del Evangelio, pues con su gesto expresa la característica esencial de quienes somos esas «piedras vivas»: la entrega completa de sí al Señor y al prójimo. Ella lo da todo de sí misma y se pone en las manos de Dios por el bien de los demás. Como nos recuerda Francisco en su mensaje, «a los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mc 14, 17) y eso «es una invitación a no perder nunca de vista la oportunidad que se ofrece de hacer el bien» (n. 8).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid