La semana pasada viví unos días de gracia y de sentir la cercanía de Dios a través de san Ignacio de Loyola, cuando visité dos lugares fundamentales en su vida –Loyola y Manresa–, y también con la celebración del Año Santo del Santo Cáliz en Valencia. Junto al Consejo Episcopal he realizado una peregrinación de pocos días, pero de gran intensidad. Este Camino Ignaciano ha estado muy bien preparado por los padres jesuitas de ambas comunidades, que nos recibieron y acompañaron. Salimos de madrugada el día 9 de Madrid y llegamos a mediodía a Loyola; el 10 partimos de madrugada de Loyola para estar a mediodía en Manresa, y el 11 llegamos a mediodía a Valencia, donde visitamos a la Madre de Dios de los Desamparados y celebramos la Santa Misa en la catedral, en la capilla del Santo Cáliz.
La tarde en Loyola y la tarde en Manresa, aunque sean unas horas, dan mucho que pensar, sentir y vivir. En este momento histórico, en una situación que muchos llamarán de crisis, entiendo que se está dando una tensión interior en el ser humano. Tenemos que buscar sentido personalmente y como pueblo. Qué hondura alcanzan las palabras del Papa Francisco cuando nos habla de «abrir procesos y no ocupar espacios». Es un momento importante de la vida de la humanidad para que, al estilo de san Ignacio, nos lancemos a abrir caminos, pero también y sobre todo a proponer modos de recorrerlos. San Ignacio es un gigante que se dejó llevar por la mano de Dios y se puso con todas las consecuencias en manos de Dios. En la capilla de la Conversión en Loyola volví a preguntarme en quién tengo puestas mis seguridades y mi persona. ¿Tengo un Señor o tengo muchos otros dependiendo de las situaciones? La resolución de san Ignacio en aquel lugar siempre impacta y te hace mirar lo profundo de tu vida, toca tu corazón.
La pandemia que aún estamos viviendo, aunque parece que en muchos lugares amaina, nos ha hecho conscientes de nuestra vulnerabilidad, ha traído cansancio, desconfianza y desaliento… Y en la santa cueva de Manresa, viéndome a mí y a tantas gentes, a todas las gentes de Madrid que el Señor ha querido poner en mi vida como pastor –me reconozcan o no como tal–, recordé los ejercicios espirituales de san Ignacio, que parten de preguntarnos dónde tenemos puesta nuestra confianza y dónde ponemos los cimientos de nuestra vida.
Los momentos de dificultades, como los de enfermedad y crisis económica y social, llevan a muchos a fiarse de Alguien, de Dios, que es más que nosotros y también más que todo lo que hagamos los hombres. Necesitamos confiar en Dios; hay que poner nuestra confianza en ese Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo. Esto supone tener coraje y recorrer un camino que es incierto, que tiene riesgos; es el camino que eligió la Virgen María cuando dijo: «Hágase según tu Palabra». A san Ignacio de Loyola le pasó lo mismo: había estado sirviendo a un señor que era igual que él, hasta que se topó en la vida con el Señor y decidió cambiar de servicio: no al señor y sí al Señor.
Este cambio en su vida le supuso entrar en una etapa de conversión larga y profunda, una profunda experiencia de Dios que le hizo también renacer a una profunda experiencia de Iglesia y de comunión. Para san Ignacio, como para cada uno de nosotros, abrir la vida con todas las consecuencias y plenamente a Dios no supone oponerse a la sociedad del tiempo en el que vivamos, sino que supone abrir todas las ventanas y puertas buscando el modo de dialogar con este mundo. Somos un Pueblo de Dios en marcha, que comparte la historia con el resto de la humanidad. Pero un Pueblo que ha de mantener siempre en el centro a la persona de Jesucristo y cuya misión es anunciar el Evangelio.
Estamos viviendo un momento histórico de desafíos, pero también de grandes oportunidades. En el libro de los ejercicios espirituales lo primero que se nos propone es una búsqueda. Una búsqueda que, naturalmente, implica que no estás seguro del camino que vas a tomar y que viene después de un examen del camino que has hecho. La clave es mantener viva la experiencia de Dios y, de esa forma, el camino de san Ignacio es un antídoto a cualquier ideología.
En la capilla del Santo Cáliz en Valencia, celebrando la Eucaristía y recordando el momento del Cenáculo, uno descubre que la misión de la Iglesia es comunicar el Evangelio. Esa comunicación toma toda su fuerza y viene a nosotros en la Eucaristía, en comunión con Jesucristo, que es fuente de reconciliación, paz, esperanza y amor.
Han sido unos días en los que he sentido de nuevo el sueño de san Ignacio de lograr una Iglesia unida bajo la bandera de la cruz, que es la del Crucificado y luego del Resucitado; una Iglesia unida y al servicio de la predicación del Evangelio. Doy gracias a Dios por este Camino Ignaciano, donde una vez más he visto que, sin discernimiento, no hay experiencia de Dios y que no se puede hablar de discernimiento sin oración. Nos enseña que Jesús no es alguien que da recetas. Jesús, si lo tomamos en serio como Ignacio de Loyola, nos pone a todos a discernir con una ley que es la relación con el Señor y la caridad.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid