He asistido a los dos últimos sínodos de la Iglesia universal. También participé muy directamente en la organización y la realización del Sínodo Diocesano de mi Iglesia particular de Santander, a la que serví como vicario general y rector del seminario. Convoqué dos sínodos como obispo de Orense y Oviedo, aunque no pude vivir su desarrollo por mi traslado a otras diócesis. Y en Madrid, en donde hubo un Sínodo anterior a mi llegada como arzobispo, he podido ver la riqueza de las decisiones sinodales y las he tenido muy en cuenta para la programación pastoral que estoy haciendo en estos años de mi ministerio episcopal.
Cada día vivo más y con más fuerza en mi entrega a la Iglesia que la dimensión sinodal es constitutiva de esta. San Juan Crisóstomo nos decía: «Iglesia y Sínodo son sinónimos». ¿Acaso la Iglesia no es ese caminar juntos y unidos, es decir, en comunión, participación y misión? ¡Qué fuerza tiene adentrarse juntos en los caminos por los que transitan los hombres para mostrar que Cristo sale al encuentro de todos y cada uno! Y ahí, con ellos, me encuentro yo como obispo, al servicio de todos, entre todos, con todos y para todos.
El Concilio Vaticano II puso de relieve instrumentos que dinamizan la comunión y que inspiran las decisiones eclesiales. Es bueno que nos fijemos en lo que el Código de Derecho Canónico nos dice sobre los organismos de comunión que deben existir y dinamizar las Iglesias particulares: consejo presbiteral, colegio de consultores, consejo económico, consejo de pastoral, capítulo de los canónigos… Tenemos los instrumentos para vivir la sinodalidad, pero hemos de hacer un esfuerzo para que estos órganos que la Iglesia tiene provoquen ese caminar juntos. Ello requiere que partan de la gente, de los problemas de cada día, de sus necesidades. Han de ser ocasión de escucha y de participación, y no pueden plantear problemas teóricos, sino que deben responder a los problemas de la gente, dar respuestas a los problemas reales que tienen los hombres para encontrarse cada día más y más con Jesucristo.
Se trata de que todos edifiquemos una Iglesia sinodal, que siente el deber de caminar de la mano, junto al Sucesor de Pedro, el Papa. Una Iglesia que sabe la misión que le ha encomendado el Señor y que camina con ese compromiso, cada uno con el papel que Dios nos ha confiado: como sacerdotes, miembros de la vida consagrada, laicos, esposos, padres de familia, educadores cristianos, trabajadores con diversas responsabilidades, jóvenes, niños… ¡Qué belleza adquiere la Iglesia caminando en sinodalidad! Nos hacemos más conscientes de que el Señor la puso en medio del mundo para ser la gran servidora de la humanidad.
Para vivir esta sinodalidad verdaderamente, como ha señalado en alguna ocasión el Papa, hay que recordar que «es un camino eclesial que tiene un alma que es el Espíritu Santo». «Sin el Espíritu Santo no hay sinodalidad», asevera. Es lo que se percibió en el mismo inicio de la Iglesia, el día de Pentecostés, cuando «se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 2, 4). Esta es la Iglesia que se hace creíble, la que busca por todos los medios acercarse a los hombres en cualquier situación. ¡Qué importante es hacer un esfuerzo por caminar juntos! Y no solamente hacer camino con los que piensan de la misma manera, que es lo más fácil, sino hacer camino con todos los creyentes. Confiemos en el Espíritu Santo y nunca tengamos el arma del insulto o de la ridiculización del que piensa diferente.
Cuando uno lee y relee, ora y se deja impregnar por la Palabra de Dios, descubre con toda su fuerza que hay unos elementos que son fundamentales para vivir, apreciar y sostener la vida en sinodalidad. Aprendamos a escuchar teniendo una sensibilidad grande para abrirnos a las opiniones de los demás hermanos, jóvenes o mayores, de quienes piensan diferente a mí… Aprendamos a vivir en la Iglesia con corresponsabilidad: somos responsables de hacer un camino juntos; no dividamos. No escondamos lo que está mal, seamos transparentes, limpios. No nos echemos en cara cuestiones que son opinables; no hagamos ideología de Cristo, pues Él es una persona que vive. Y descubramos que este camino hay que oír la voz de los laicos.
Hacer y construir la sinodalidad en la Iglesia no es hacer un parlamento, ni ningún tipo de locutorio. Los que participasteis en el Sínodo en Madrid visteis que no se trató de llegar a acuerdos, sino de abrirse a la acción del Espíritu Santo con coraje apostólico, es decir, humildes y orantes, confiados en el Señor que nos guía y nos da luz. El Sínodo es la misma Iglesia que camina unida y que se pone a leer la realidad con los ojos de la fe y el corazón de Dios. El Sínodo es la Iglesia que se interroga a sí misma y se pregunta sobre la fidelidad que tiene y en la que vive al Señor. En este sentido, me gustaría concluir remarcando tres claves:
1. Sinodalidad y escucha del Espíritu Santo. El método de la sinodalidad es dar espacio al Espíritu Santo para abrirnos con coraje a la misión que Dios encomendó a la Iglesia, sin componendas y con humildad, desde una oración confiada, sabiendo quién nos guía e ilumina.
2. Sinodalidad como arte de la escucha. Hay también una escucha de los otros, que también confían en el Espíritu Santo para conocer lo que Él quiere de la Iglesia. Hay que escuchar al pueblo, escuchar a los pastores, escuchar al Espíritu Santo.
3. Sinodalidad y ejercicio de diálogo. Es un instrumento privilegiado para la participación. Se nos invita a hablar con valentía, desde la libertad, la verdad y la caridad, escuchando siempre más y mejor a quien habla y no me gusta lo que dice.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid