En el libro del Génesis hay unas expresiones que nos llevan a vivir de una manera muy precisa: cultivar y guardar o cuidar. Se nos dice así: «El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén, para que lo guardara y cultivara» (Gn 2, 15), mientras que en otras traducciones aparece «cuidara». De una u otra forma, hemos de caer en la cuenta de que el ser humano está tomado por Dios y colocado en el jardín del Edén, en medio de todo lo creado, para guardar y cultivar. Y esto no se refiere solamente a la relación entre nosotros y el medio ambiente, sino que hay una referencia muy clara al cuidado y cultivo de las relaciones humanas.
La semana pasada os escribía para desearos unas vacaciones de verano llenas de gozo y felicidad, no solamente a los que os ibais fuera, sino también a todos los que os quedabais en Madrid durante el tiempo de descanso. Y ahora deseo entregaros esta carta en la que os animo a guardar y cultivar las relaciones humanas. En un momento de crisis, los últimos Papas y muy claramente el Papa Francisco nos han hablado de la ecología integral. Tenemos que plantearnos en serio, sin miedos y con hondura, qué supone. Cuidemos la vida; no construyamos la cultura del descarte. La persona es el valor primario que debemos respetar, tutelar y cuidar, también al pobre, a la persona con discapacidad, al enfermo, al no nacido, al anciano… No aceptemos los valores que desea promover la cultura del descarte. Demos valor a la vida misma, no la cuestionemos, no queramos manejarla a nuestro antojo o según nuestras ideas; tengamos y vivamos con los parámetros que Dios mismo nos dio, que van mucho más allá de los parámetros económicos o ideológicos. Entendamos y experimentemos que el ser humano tiene derecho a vivir, a ser feliz, a desarrollar en plenitud la dignidad que le ha sido regalada por Dios mismo. No olvidemos que guardar, defender y cultivar la dignidad del prójimo es clave para que no se instaure la cultura del descarte, y que el cuidado del medio ambiente y del ser humano son inseparables.
En una carta de la Conferencia Episcopal Boliviana se decía así: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre» (El universo, don de Dios para la vida, carta pastoral sobre el medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia, 2012). Es urgente que todos nos tomemos en serio a los excluidos, que, aunque tienen presencia en debates políticos y económicos, no terminan de ver soluciones a sus problemas y padecimientos. No basta con reflexionar y debatir sobre el desarrollo; es necesario entrar en contacto físico, en un encuentro real con quienes padecen las agresiones.
Uno de los padres de la unidad europea, el recientemente declarado venerable Robert Schuman, sostenía que «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto», sino que «se hará gracias a realizaciones concretas». En este sentido, en muy diversas latitudes de la Tierra, hacen falta acciones concretas para acabar con la cultura del descarte. No queramos resolver el problema de los pobres y pensar en un mundo diferente proponiendo una reducción de la natalidad. Sin lugar a dudas, el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario. El Papa Francisco nos recuerda en la encíclica Laudato si que «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses de mercado divinizado, convertidos en regla absoluta» (LS, 56).
Como cristianos, descubrimos nuestro cometido dentro de la creación y nos sentimos comprometidos con el cuidado de la naturaleza y de nuestros hermanos, especialmente los más frágiles. Recordemos el grito que san Juan Pablo II lanzó en noviembre de 1982 en Santiago de Compostela refiriéndose a Europa: «Vuelve a encontrarte. Sé tú misma». Este grito debe ser escuchado por toda la humanidad con todas las consecuencias que tiene: salimos de las manos de Dios y tenemos la misión de guardar y cultivar la tierra, ¡volvamos a encontrarnos! ¿Cómo lo estamos haciendo? Como subraya el Papa Francisco en Fratelli tutti, nunca olvidemos que «Dios ama a cada ser humano con un amor infinito» y de esta forma «confiere una dignidad infinita». Así me gustaría haceros una triple invitación:
1. Establezcamos una comunión con todas las criaturas. Lo que existe no puede ser considerado como un bien sin dueño. Hemos de vivir recordando lo que nos dice el salmista: «Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sal 11, 26). Creados por Dios todos y todo, estamos unidos y llamados a un respeto sagrado.
2. Remarquemos la preeminencia de la persona y descubramos que no hay ecología sin una adecuada antropología. No somos un ser más entre otros. Tenemos un compromiso con respecto al mundo, pues tenemos capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad para guardar y cultivar o cuidar.
3. Respetemos la sacralidad de la vida. Nuestra casa común hay que seguirla guardando y cultivando, pero desde una recta comprensión de la fraternidad universal y del respeto absoluto a la sacralidad de cada vida humana.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid