El Angelus del domingo volvió a trasladarse a la Biblioteca Apostólica vaticana, ante la intensificación de las restricciones a la movilidad impuestas por las autoridades italianas.
En sus palabras posteriores a la oración, Francisco recordó que en Italia se celebraba la jornada de la memoria de las víctimas de las mafias: «Las mafias están presentes en varias partes del mundo y, aprovechando la pandemia, se están enriqueciendo con la corrupción», dijo el Papa, quien las calificó como «estructuras de pecado y contrarias al Evangelio de Cristo» porque «cambian la fe por la idolatría«.
Morir para revivir
Antes de eso, el pontífice había comentado el Evangelio del día, que recoge un episodio (Jn 12, 20-33) en el que algunos griegos se dirigen a los apóstoles porque quieren «ver a Jesús»: «En la petición de aquellos griegos podemos ver la súplica que muchos hombres y mujeres, en todo lugar y tiempo, dirigen a la Iglesia y también a cada uno de nosotros: ‘Queremos ver a Jesús’”, señalo Francisco.
Y la forma de hacerlo es tener en cuenta la respuesta que les dio Cristo, aludiendo a su propia muerte, para la que solo faltaban ya unos días: «Jesús revela que Él, para todo hombre que quiera buscarlo, es la semilla escondida dispuesta a morir para dar mucho fruto. Como diciendo: si queréis conocerme, si queréis comprenderme, mirad el grano de trigo que muere en la tierra, es decir, mirad la cruz«.
El estilo de Dios
Hoy la cruz es «el emblema por excelencia de los cristianos», que distingue sus templos, sus hogares e incluso su indumentaria, pues la llevan «colgada en el pecho». Pero «lo importante es que el signo sea coherente con el Evangelio: la cruz no puede sino expresar amor, servicio, entrega sin reservas«.
És es «la gran responsabilidad de los cristianos» hacia quienes hoy quieren también conocer a Jesús: «Nosotros también debemos responder con el testimonio de una vida que se entrega en el servicio, de una vida que toma sobre sí el estilo de Dios -cercanía, compasión y ternura- y se entrega en el servicio. Se trata de sembrar semillas de amor no con palabras que se lleva el viento, sino con ejemplos concretos, sencillos y valientes, no con condenas teóricas, sino con gestos de amor. Entonces el Señor, con su gracia, nos hace fructificar, incluso cuando el terreno es árido por incomprensiones, dificultades o persecuciones, o pretensiones de legalismos o moralismos clericales».