Palemón, eremita († c. a. 330)

Santos: Higinio, papa; Paulino, patriarca; Palemón, eremita; Salvio, Leucio, Egwino, obispos; Salirio, Donato y Agento, Pedro, Severo, Lenco, mártires; Tomás de Cori, confesor; Teodosio, monje; Honorata, virgen; Martín de León, canónigo regular; Agente, Donato, Agustín, Salvio, Félix, Floro, Gémino. Pace, Pensalino, Eugenio, Esteban, Filón, Felicidad, Ciriaco, Ebiciaro, Castelo, Morosito, mártires en España.

Es uno de los cristianos que se sintió llamado por Dios a vivir su fe abandonando todo lo que para el común de los fieles es su lugar y ocasión de santificación. Decidió vivir la fe en el abandono del mundo, de la familia, de las ocupaciones profesionales y de los negocios. Retirado de todas las tareas que lleva el vivir dentro del mundo, se encuentra absorto con la contemplación de los misterios de amor del Señor a los hombres; esto le lleva a la oración que busca –sin saciarse nunca– el contacto y la intimidad permanente con Dios. Solo para Él quiere vivir en el desierto; sin estorbos. Muchos cristianos de su tiempo eligieron también este camino –siguiendo los consejos del Maestro– con la austeridad inevitable pero querida, con la permanente oración buscada y con el ejercicio de las virtudes que se aprenden en el Evangelio. Estos anacoretas del desierto acaban siendo un estímulo para los demás cristianos que de ellos aprenden dónde está el verdadero y mayor bien, dónde la fuente de fortaleza necesaria ante las dificultades y así sus vidas adquieren valor de ejemplaridad.

Palemón vivió de esta manera en su primera etapa. La naturaleza a veces agradable, intimista y suave y en ocasiones bronca, impetuosa y desafiante es el único intermediario entre él y su Dios. Tiene y mantiene el deseo de vivir exclusivamente para Dios. Y aún le parece poco una vida entera empleada de este modo para ir cada día descubriendo aspectos cada vez más asombrosos y conmovedores de la maravillosa inmensidad de Dios y su amor inefable al hombre. Y es feliz. Solo se ocupa de aumentar su respuesta fiel a tanto derroche de bondad divina conocida más plenamente en Jesucristo Redentor.

Su caminar solitario cambia en un momento de su vida por su encuentro con Pacomio, que también dejó las cosas por Dios. Fundan ahora un monasterio en la región de Tebaida, en Tabennisi. Ha cambiado la total soledad del desierto por la compañía de otros hombres con los que elevar las plegarias; mutuamente se instruyen y entusiasman en el seguimiento radical del Señor; con ellos trabaja con sus manos la tierra para el sostenimiento del grupo humano que forman. Todos siguen las indicaciones de Pacomio, que es el abad. Cada uno vive en su celda para hablar más con Dios que con los hombres y para que su austeridad pase desapercibida a los otros sin peligro de vanidad. Hay austeridad en la comida –a veces basta una al día y que sean verduras cocidas en agua– y es intensa la penitencia –les está permitido pasar la noche en oración y de pie para dominar al cuerpo–, especialmente en Cuaresma. Llegan a juntarse en el monasterio cuatrocientos monjes. Otro loco de Dios también en la Tebaida, el fundador del monasterio de Escitia, Macario, ya anciano, fue a visitar, aprendiendo, a Pacomio y a Palemón. El que comenzó como anacoreta solitario, terminó su vida como monje fundador de un monasterio de varones que da gloria a Dios, y que abre un camino de santidad y entrega a otros hombres.

¡Que importante es este testimonio para el mundo, tan remirado por los suyos, que corre el peligro de olvidarse de Dios!