«Los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades, dependen de la acción de Dios»

Francisco comentó este domingo en el Angelus de la Plaza de San Pedro las parábolas que somete la liturgia a la consideración de los cristianos, que «se inspiran en la vida ordinaria y revelan la mirada atenta de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana».

«Jesús hablaba en un modo fácil de entender, hablaba con imágenes de la realidad, de la vida cotidiana», dijo el Papa, para enseñarnos «que incluso las cosas de cada día, esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir, tienen un significado. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber ‘buscar y hallar a Dios en todas las cosas’”.

Es Dios quien hace dar fruto a la semilla

La parábola de la semilla de mostaza, que es la más pequeña pero crece hasta convertirse en el árbol más grande, nos permite «vislumbrar cómo el Señor conduce la historia», a través de «una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina». Es la semilla de nuestras buenas obras, que pueden parecer «poca cosa», pero como «todo lo que es bueno pertenece a Dios», también dan fruto, aunque «de modo escondido, a menudo invisible«.

Con esta parábola «Jesús quiere infundirnos confianza», ante «la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal», o cuando nuestros esfuerzos no parecen obtener resultado: «El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad» para ver más allá de las apariencias y «descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia».

«También en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo», concluyó, «sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas»: «Pero no olvidemos nunca que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina».

Como en la segunda parábola del día, la del sembrador que echa la semilla de noche y no ve cómo ni cuándo crece, pero crece «cuando él menos se lo espera»: «Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos».