Juan Dominici, cardenal († 1420)

Santos: Timoteo, Máximo, Asterio, Alejandro, Aureliano, Bardón, obispos; Blanco, Basílides, Mandalo, Diosdado, Arecio, Rogato, mártires; Críspulo, Restituto, Zacarías, Getulio, Cereal, Amancio, Primitivo, Trípodes, Benjamín, Félix, Victoriano, diáconos; Maurino, abad; Juan Dominici, cardenal; Oliva, virgen y mártir

Paula y Domingo se llamaban sus buenos padres; eran cristianos excelentes, piadosos, pobres y muy conocidos por su honradez. Juan pidió ser admitido en el convento en Santa María Nova y lo rechazaron; las malas lenguas chismosas, confundiendo las cosas por pensar que el dinero es el talismán que abre todas las puertas, ya dijeron que preveían el fracaso porque la familia no tenía más bienes económicos que los del trabajo diario. Siempre hubo gente así; pero en este caso estaban del todo equivocados. La razón última del rechazo a aquella solicitud fue que los frailes aquellos consideraron al sujeto lo menos propio para un convento de dominicos; Juan no había acudido cuando niño a las escuelas por tener que arrimar el hombro en la casa de los padres: era ignorante y, además, tartamudo. Lo intentó una segunda vez y la insistencia hizo que los frailes pasaran por alto las dificultades y probaran sacar algo del joven de aspecto rudo y torpeza en el decir.Tanto empeño y tanta vocación hicieron de Juan todo un fraile en el convento. Su noviciado fue un encuentro de la gracia de Dios y su cooperación; el silencio, la oración y su esfuerzo le hicieron aprovechar bien el tiempo durante el noviciado que le aseguró en su piedad sólida, le adiestró en la obediencia y le consiguió un adelantamiento poco común en las ciencias. Goza de un talante natural simpático, agradable y servicial. Se dio a conocer, sobre todo, por la austeridad de su vida y el espíritu de penitencia. Además es artista; dedica tiempo a pintar en los libros, miniaturizando, con dibujos exquisitos, escenas de la vida de Jesús.

Corona su esfuerzo con la ordenación sacerdotal. Ya puede dar marcha a su celo por el sacrificio y por el ministerio de la predicación; pero, desgraciadamente, dada su dificultad en la expresión, los sermones le salen torpes y ridículos. Se siente curado de la torpeza en la dicción en Siena, cuando –lleno de tristeza– pide por amor a Dios la curación a santa Catalina. Obtenida, es un ciclón con las palabras que le salen ágiles y expeditas. Siena, Florencia, Venecia y muchas ciudades y villas de Italia le escuchan con fruición no exenta de rencores y amenazas porque lo que predica es la renovación de la vida cristiana y eso no siempre gustó.

Le obsesiona la idea de renovar los conventos. Su Orden está relajada como tantas otras. Son tiempos malos. La peste de 1384 ha asolado los monasterios; en el suyo de Santa María murieron en cuatro meses setenta de sus frailes; el resto no se encontraba con fuerzas para vivir en el rigor primero de la Orden. Lo eligen prior de los conventos de Santo Domingo de Venecia, Città di Castello, el de Fabriano y otros que ansían la reforma; es también vicario general de todos los conventos observantes del estado de Venecia. Pero, a pesar de su buen hacer, Juan se percata de que el futuro estaba en la juventud y a ella se dedicó fundando un noviciado en Cortona; ahora sí se podrían poner las piedras clave donde los jóvenes pudieran apoyar el espíritu que no quiere saber de improvisaciones. También las religiosas, sus hermanas, se benefician de la reforma en los conventos femeninos del Corpus Domini y San Pedro Mártir, de Florencia, donde su madre terminó sus días.

Casi podría decirse que ya fue bastante importante, por su firmeza y proyección, la obra de este predicador y reformador dominico que antes fue tartamudo y se hacía notar por su poca finura. Pero el santo se alegra y sufre con las alegrías y sufrimientos de la Iglesia. Y eso le llevó a la entrega más incondicional para el bien general. No supo ni quiso permanecer al margen de los gravísimos problemas que tenía en su tiempo el universo mundo católico, interviniendo muy directamente en su solución trabajando con todas sus fuerzas.

Papas y antipapas, concilios y elecciones inválidas. Pisa y Constanza. Tres tiaras a un tiempo. Confusión y desorden con desorientación, apostasías y relajos. Era una pena. Tantos años, tantos apegos, tantos sufrimientos, tanta desunión, tan gran mal. Él se puso a rezar y a hacer y a hablar con unos y con otros, y a hacer gestiones y a conseguir compromisos y… obispo y cardenal ya, inicia gestiones al más alto nivel. Tres renuncias de papas y antipapas obtuvo para poder elegir al nuevo Sumo Pontífice, que devolviera a la Iglesia la unidad y la paz y que fue Martín V. Resultó un trabajo intensísimo y bien hecho para utilidad de la Iglesia exento de las actitudes propias de los «trepas» que intentan por encima de todo escalar puestos mirando su bien personal o ampliar las esferas de influencia y poder, casi siempre hermanadas con afán de lucro. De hecho, al leer la renuncia pública del verdadero papa Gregorio XII, él mismo se despojó ante los presentes de sus insignias cardenalicias, en señal de renuncia al cardenalato, yéndose a ocupar un sitio entre los obispos, con lo que se ponía de manifiesto la ausencia de toda intención de medrar. Si en otro tiempo aceptó la ordenación episcopal y el cardenalato contra su voluntad fue para estar capacitado a entrar en el círculo de la cúpula jerárquica y trabajar por la unidad. No se limitó a contemplar o a quejarse de los males; quiso «complicarse» la vida con todo un compromiso personal. Es lo propio de los santos. Aún tuvo tiempo para ser legado apostólico en las tierras de Hungría y Bohemia.

Murió humilde y santamente el 10 de junio de 1420.