Homilía: 20º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

Jesús nos dirige hoy unas palabras fuertes, duras. ¿Cómo entenderlas bien en el contexto del conjunto de sus enseñanzas? Vamos frase por frase:

“He venido a prender fuego en el mundo”: Estamos en verano, y hablar de fuego y de arder nos puede sonar muy mal… Pero Jesús se refiere al fuego del Espíritu Santo, que es su acción eficaz, poderosa, intensa, curativa, purificadora, transformadora, abrasadora. Ese fuego está llenando en plenitud el alma de Jesús desde su Encarnación para impulsarlo a cumplir la misión encargada por el Padre de decirnos y obrar en nosotros la redención, de devolvernos la vida divina. Por eso, Jesús exclama: “¡ojalá estuviera ya ardiendo!”.

“Tengo que pasar por un bautismo”: Jesús se está refiriendo a su pasión y muerte. “Baptizo” en griego quiere decir hundimiento, sumersión. Este es el camino que Él va a recorrer: va a dejarse matar, va a descender al seno de la tierra con su sepultura, va a anonadarse, para después surgir como nueva criatura, como el que vuelve a la Vida. Jesús sabe que será costoso, pero no sólo está dispuesto a aceptarlo, sino que lo desea ardientemente: “¡qué angustia hasta que se cumpla!”.

“¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”: ¿Acaso Jesús desea la división y la desunión para los hombres? ¿No nos dice en otros pasajes que nos da la paz, y que desea que seamos uno? El deseo del Padre es que todos seamos uno en Él, es decir, que nos amemos cimentados en la verdad. Pero aquí entra el misterio de la libertad del hombre… Jesús ve que su mensaje, que es fuego y es sacrificio, no va a ser recibido y acogido por todos, y que esto provocará divisiones, incomprensiones, enemistades y sufrimientos, incluso entre personas cercanas, queridas…, ¡hasta dentro de la misma familia! Jesús no lo desea, pero lo sabe y nos advierte para prepararnos.

Y, en este punto, debemos preguntarnos cada uno si estamos teniendo en cuenta estas palabras de Jesús en nuestra vida de fe. Como casi siempre, los creyentes estamos tentados de situarnos en uno de estos dos extremos, ambos erróneos:

  1. El más común es la mediocridad: pensar que la religión es buena hasta cierto punto, que no hay que exagerar, que no hay que ser ultracatólicos, que al fin y al cabo no soy tan malo como otros… Acordémonos de que tenemos que dejarnos abrasar por el Espíritu Santo y abrasar a los demás, y de que esto producirá a veces rechazo.
  2. El sectarismo: sentirse de alguna forma superior a los demás por conocer la verdad, olvidar el conjunto de las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia. Se empieza por fijarse en un punto de la fe, después se pasa a considerarlo el más importante, y se termina por considerarlo el centro de todo y a lo cual todo está subordinado… Recordemos que la fe es el conjunto de la verdad revelada.

Pidamos a María, la Llena de gracia y la Esposa del Espíritu Santo, que nos alcance ser abrasados en su fuego para vivir y manifestar la verdad amando a todos, incluso a los que nos desprecien por ello.