El cardenal Osoro alienta a los sacerdotes a salir a por «los que no se han dado cuenta de que somos hijos de Dios»

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La Iglesia celebra este jueves, 9 de junio, la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Un día que se ha vivido de forma especial en el monasterio de Santa María de la Almudena, casa madre de las Oblatas de Cristo Sacerdote.

Como cada año, pero especialmente este en el que ya no hay restricciones por la pandemia, casi un centenar de sacerdotes se han congregado en este oasis en pleno Ciudad Lineal, junto al bullicio de la calle Alcalá cuando se cruza con Arturo Soria. Lo han hecho para celebrar y participar de la Eucaristía junto a otros tantos laicos que han acompañado a las oblatas y a los presbíteros en su día grande. Como Fide, una señora ya mayor que acude puntualmente cada año «por los sacerdotes», o grupos de amigas y familiares de las hermanas, que aprovechan para verlas suavizando la clausura.

En el claustro, ante el altar preparado por las religiosas, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, ha pedido a los sacerdotes «estar disponibles siempre para anunciar el Evangelio, donde sea». «Cada uno de nosotros tiene que ser apóstol, que no quiere decir consejero». Es más bien, ha puntualizado, «lo que dice Jesús: “Amaos como yo os he amado”. Y ha pedido a Dios que «os haga recuperar el gozo del ministerio sacerdotal» y el «gozo de anunciar el Evangelio».

Utilizando la imagen de Jesús Buen Pastor, el arzobispo ha destacado tres verbos que explican esta imagen: escuchar, conocer y seguir. De la escucha viene la disponibilidad, ha afirmado, y ha invitado a escucharse en la familia, en el presbiterio, en las parroquias, en la Iglesia… «Para el Señor, lo más importante es escuchar; estamos llamados a vivir de la Palabra de Dios», ha resaltado.

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La escucha de Jesús se convierte en otro verbo: conocer, pero conocer en el sentido bíblico, que significa amar. Jesucristo quiere «que sepamos que siempre somos amados por Él» y que nunca deja solo a nadie. Es la experiencia del salmo 23, proclamado en la Eucaristía: Dios sostiene en los «sufrimientos», en las «fatigas», en las «crisis de la oscuridad». «¿Me dejo conocer por el Señor?», ha planteado a los fieles el cardenal Osoro.

Por último, las ovejas siguen el pastor. «Quien sigue a Cristo va adonde va Él» y «busca al que está perdido, se toma en serio las situaciones de los que sufren, sabe llorar con quien llora, tiende la mano al prójimo». Abundando en esto, el arzobispo ha invitado a los sacerdotes, antes del rezo del padrenuestro, a salir en busca de «los que no se han dado cuenta de que somos hijos de Dios».

Estos tres verbos, ha continuado el purpurado, marcan tres direcciones: caminar al encuentro de los hombres, y hacerlo «juntos sacerdotes, laicos, jóvenes, familias, ancianos…»; ser testigos, y aquí ha explicado que «si creemos realmente en Jesús, debemos tratar de comportarnos como Jesús»; y ser «promotores del encuentro», capaces de «tocar la carne» de los hermanos y regalar la paz de Cristo. «Después de esta pandemia, ha llegado el momento de salir juntos al mundo». Y hacerlo todo, ha remarcado, «unidos», porque –y aquí ha remitido al Evangelio– «la perfección se alcanza en la unidad».

La fiesta de la Iglesia

El cardenal Osoro ha estado acompañado en la celebración por los obispos auxiliares, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ, monseñor José Cobo y monseñor Jesús Vidal, además de Elías Royón, vicario de Vida Consagrada, entre otros vicarios episcopales. Al concluir, ha querido dar las gracias a las hermanas «porque es un lujo tener una congregación cuya misión es orar por nosotros», en un momento de la historia en que «la esencia del ministerio sacerdotal la tenemos que vivir con más intensidad».

Las hermanas habían preparado con primor la jornada porque, como explica la madre general, madre Teresa, esta «es nuestra fiesta titular». Lejos de jerarquías o clericalismo, aclara sobre el sentido del día, «el sacerdote es mediador», es «el puente entre Dios y el hombre». «Toda la vida de Dios nos llega por Jesucristo», y por eso la de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote es la «fiesta de la Iglesia», y por tanto de «cualquier cristiano», porque su ser Iglesia es ser «miembro de Cristo».

La madre general apunta que los padres fundadores de las oblatas de Cristo Sacerdote pidieron que se instaurara esta fiesta recogiendo el impuso del Concilio Vaticano II, para «que todos los cristianos viviéramos como pueblo sacerdotal». «Toda vida ordinaria ofrecida en Jesucristo tiene valor sobrenatural».

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En días como este, algunos sacerdotes les confiesan a las hermanas que «esto nos vale como unos ejercicios». Porque la liturgia, comparte la religiosa, les lleva a «su ser, su identidad», con la conciencia de que el sacerdocio que viven no es el suyo, es el de Cristo. «Reviven el sacerdocio» porque profundizan en el sacramento, «les renueva y les da impulso».

Y para las hermanas, supone renovar su vocación, que es «nuestra oración y entrega en Cristo», es estar unidas totalmente a Jesús para que «Él rece en nosotras». También les encanta porque reciben a los presbíteros en su casa, los acogen, preparan el claustro para la Eucaristía, les ofrecen un refrigerio al concluir para «que estén un ratito juntos, gozando, con su obispo…». «Siempre damos la vida por los sacerdotes, pero hoy, materialmente», concluye la madre Teresa.

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