Queridos feligreses:
Somos vuestros sacerdotes, Pablo y Buenaventura. Os escribimos esta carta conjuntamente para comunicaros que nuestros superiores nos han asignado nuevas misiones.
A mí, Pablo, me piden colaborar más intensamente en labores internas de La Obra de la Iglesia en el área francesa: misiones en países francófonos, atención a Obispos y traducciones de los escritos de la Madre Trinidad. Aún estaré un tiempo viviendo aquí para rematar algunos aspectos de las obras de reparación, pero ya sin tener las obligaciones de párroco, que pasará a asumirlas D. José Hernández, a quien todos ya conocéis y queréis. Si Dios quiere, su toma de posesión o equivalente se realizará el próximo 20 de noviembre a las 18:00, aprovechando la visita del Sr. Cardenal para bendecir las obras ya finalizadas.
A mí, Buenaventura, en cambio, me envían como vicario parroquial a la parroquia del Santísimo Corpus Christi de Las Rozas, adonde ya me trasladé hace unos días.
Echando la mirada atrás –ahora que se cumplen 3 años desde que el Sr. Cardenal, a petición de nuestros superiores, nos nombraron vuestro párroco y vicario parroquial, respectivamente–, surge en nuestro interior un enorme agradecimiento. Hemos compartido con vosotros tantas cosas en esta temporada breve pero intensa…: tantos sacramentos, tantos momentos de acompañamiento en el despacho, tantas bendiciones y visitas a vuestras casas, tantos ratos de oración y de formación, tantas gestiones en el ámbito de la caridad, tantos mensajes, tantas actividades… Hemos pasado juntos las dificultades de la pandemia y de todo un año de obras. Hemos visto juntos la acción de Dios en innumerables personas. Y hemos sido testigos de vuestra fe, esperanza, caridad y de vuestra extraordinaria generosidad. Por todo ello, gracias a Dios y a cada uno de vosotros.
Por nuestra parte, hemos intentado llevar a la práctica nuestra misión en esta comunidad siendo, en palabras del Papa Francisco, “pastores con olor a oveja”, y teniendo el estilo que la Madre Trinidad ha plasmado maravillosamente en su escrito titulado “La Iglesia, misterio de unidad” –que por cierto os recomendamos que leáis, porque sin duda os gustará y ayudará–. Sin embargo, por todo lo que hayamos dejado de hacer bien, por nuestros fallos, por las acciones que hayan podido ofender a alguien, pedimos humildemente perdón a Dios y a cada uno de vosotros.
Y ahora toca mirar hacia adelante con la confianza siempre puesta en Aquel que nos creó, nos amó y nos llamó “para estar con Él y enviarnos a predicar” (Mc 3, 14). Y, también en su Madre Santísima, la Virgen Niña, a cuya maternal protección os encomendamos.
Recibid un abrazo y nuestra bendición,